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Pido oraciones para:
Salir de una situación económica extremadamente dificil

Les pido y ruego me ayuden por medio de oraciones a conseguir la gracia de encontrar una salida para salir de esta situacion economica que estoy pasando junto a mi familia, mis pequeño hijos, todas las puertas se me cierran, intercedan por mi, por tener suerte que la perdi. Gracias




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Respuestas recibidas: 32
  • osvaldo dice:

    Ruego por que los deseos de silvia se cumplan
    y ofrezco esta oración desde mi corazón
    para que su petición sea escuchada.

    Amén.

  • Mariana dice:

    Ruego por que los deseos de silvia se cumplan
    y ofrezco esta oración desde mi corazón
    para que su petición sea escuchada.

    Amén.

  • Claudia dice:

    Ruego por que los deseos de silvia se cumplan
    y ofrezco esta oración desde mi corazón
    para que su petición sea escuchada.

    Amén.

  • mery dice:

    Ruego por que los deseos de silvia se cumplan
    y ofrezco esta oración desde mi corazón
    para que su petición sea escuchada.

    Amén.

  • CRISTOBAL dice:

    querido Dios tu nos haz hecho a imagen y semejanza tuya, no es agradable a tus ojos que tus hijos vivan mal, ni mucho menos atropellados por situaciones economicas dificiles. te pido desde lo profundo de mi corazon que atiendas las suplicas de Silvia y su familia, si es para la gloria tuya encuentre un buen empleo y bien remunerado y ella pueda solucionar su dificil situacion te lo pedimo por la interseccion de la santiisima virgen maria.

    Amén.

  • Dio dice:

    NOVENA EN HONOR AL SEÑOR DE LOS AFLIGIDOS
    J.M.J.A.T.5

    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    ¡Señor mío Jesucristo, Padre de los Afligidos! Al postrarme hoy ante tu bendita imagen, siento verdadera pena y confusión al contemplar el estado lamentabilísimo en que te han puesto mis pecados…
    Esos ojos apagados por la tristeza, esa frente taladrada por las espinas, ese rostro regado por la sangre y cubierto de amargura, y todo tu cuerpo santísimo magullado y destrozado por los golpes… son como otras tantas voces tristes que me dicen al alma: “¡Hijo mío, mira tu obra; ve cómo has puesto a tu padre; éste es el fruto de tus pecados!”
    ¡Sí, Jesús querido, lo confieso humildemente, yo soy la causa de tus tormentos…yo he escrito en tu augusta frente con punzantes espinas ese título de Dolor! “Dios Afligido”
    Pero me pesa, Padre mío, siento partírseme el pecho de dolor y quisiera retirar esas espinas de tu frente, cerrar esas heridas de tu cuerpo y cubrir de felicidad ese rostro dolorido. ¡Perdón, Señor, perdón y misericordia! Si hasta hoy he sido un traidor, un hijo pródigo… heme aquí de veras arrepentido, dispuesto a enmendar mi pobre vida… y servirte con felicidad.
    Por eso quiero pasar a tu lado unos momentos meditando y rezando para alegrar tu angustiado corazón. Recíbeme, Jesús amante y dame la gracia de hacer con fruto esta Novena.
    ¡Madre mía del Perpetuo Socorro! Alégrate, que si hasta hoy fui ingrato con tu Jesús, desde ahora quiero amarle y servirle fielmente hasta la muerte. Acompáñame Virgen Santísima, en esta Novena a fin de que con ella consuele a mi afligido Jesús y haga bien a mi pobrecita alma…Amén.
    Día 1º.
    EL HUERTO
    Consideración.
    “con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado, y ¡qué angustia la mía hasta que se cumpla!” (Lc. 12,50).
    Estas sentidas palabras que Jesucristo pronunciara un día en presencia de sus amados discípulos, parece repetirlas hoy desde su bendita imagen. En efecto, yo veo al Señor de los Afligidos con la cabeza apoyada en su mano derecha, como recorriendo con la mirada y pensamiento las escenas todas de su dolorosísima Pasión.
    Acompáñale, alma mía, en ese triste recorrido. Es el primer cuadro que sus ojos se presenta, es el Huerto de los Olivos… ¡Oh, qué angustia de muerte le causará ese doloroso cuadro…! Mira, alma mía, lo que allí pasó Jesús; cae de rodillas y ora en presencia de su Padre Eterno, pero un fuerte y abundante sudor de sangre corre todo su cuerpo hasta regar la tierra…se asusta y exclama: “¡Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz!” (Mat. 24,39). Es tan terrible la Pasión que se le prepara, que al fijarse en ella su pensamiento, grita lleno de amargura: “Triste está mi alma hasta la muerte”. (Mar. 14,34). Entre tanto los tres discípulos predilectos duermen sin preocuparse de lo que está pasando a su idolatrado maestro… ¡Pobre Jesús! Sufriendo El solo sin que nadie lo consuele…
    Mientras esto pasa en el interior de Getsemaní, Judas, el discípulo traidor, rodeado de una vil canalla, se acerca a aprehender a su Bienhechor. Jesús que nada ignora, sale a su encuentro; permite que el discípulo infiel le dé un beso de amigo y se entrega en manos de los soldados. Estos le prenden rabiosamente, atan con nudosos cordeles sus divinas manos, y locos con el triunfo alcanzado le cercan entre gritos y risotadas para conducirle a la presencia de los príncipes y sacerdotes que le han de condenar.
    Fíjate, alma cristiana, en las circunstancias de esa escena. Los discípulos de Jesús… ¿Dónde están? Huyeron llenos de miedo, abandonando cobardemente a su amorosísimo Maestro. ¿Qué sucedió con las promesas que le hicieron de ir con El hasta la muerte?
    ¡Oh, qué inconstante y tornadizo es el corazón de los hombres! ¡Qué pronto se olvidan de su deber para seguir los caprichos de la pasión!
    ¿Qué sentiste, Jesús mío, al verte así abandonado de tus íntimos amigos…solo y en medio de tantos enemigos que te odian y maltratan hasta sujetar tus bienhechoras manos con duras cuerdas? No eres tú un criminal para que así te atropellen…
    Aquí es el caso de exclamar con San Alfonso de Ligorio: ¡Pero, ¿Qué es lo que veo? Un Dios maniatado! Y ¿Por quién?, por unos gusanos de la tierra salidos de las manos del mismo Dios. Ángeles del Paraíso, ¿Qué decís? Y vos Jesús mío, ¿Cómo permitís que os aten las manos? ¡Oh, Rey de Reyes y Señor de los que dominan!, os diré como San Bernardo: ¿Qué tienen que ver las cuerdas de los esclavos y de los malhechores con Vos que sois el Santo de los Santos…?” San Alfonso, Medit. De la Paz, Cap. 7.
    Pero no, alma mía, no te indignes contra los discípulos que abandonaron a su Maestro ni contra Judas que lo traicionó por treinta monedas, ni contra los soldados que tan cruelmente lo maltratan… ¿No has hecho tú eso mismo con tu amante Jesús? ¡Cuántas veces le has dejado solo, abandonado… para seguir en pos de tus caprichos y vanidades…! ¡Cuántas otras le has hecho traición, entregándote villanamente en manos de tus pasiones e infidelidades…! ¿Cuántas más le has atando ignominiosamente las manos con los feos y duros cordeles de tus pecados…? ¿No te está diciendo esto el Señor de los Afligidos desde su dolorida imagen?
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Hallándose duramente afectada por una enfermedad pulmonar, cierta señorita de esta ciudad de Torreón, sintió verdadera mortal tristeza, cuando los doctores resolvieron que era necesaria una pronta operación.
    No quería someterse a esa desagradable y dolorosa prueba y por otra parte, tampoco quería morir sin antes haber empleado todos los recursos naturales. En su aflicción y angustias, se acordó del Señor de los Afligidos y de los que a él recurren.
    Le invocó llena de la más viva fe y con una gran esperanza de que sería escuchada, prometiendo visitarle en su Iglesia y tenerle toda la vida una extraordinaria y sincera devoción.
    El bondadoso Jesús no retardó el milagro; pues a los pocos días estaba curada la enferma sin necesidad de operación.
    Corona de compasión.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la agonía terrible de Getsemaní.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la traición de Judas.
    ¡Jesús bueno! Afligido por el abandono en que te dejaron tus discípulos.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los cordeles con que ataron tus benditas manos.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los insultos y desprecios de los tribunales.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la bofetada que te dio el criado del Pontífice.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la sangrienta y cruel flagelación.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la corona de espinas.
    ¡Jesús bueno! Afligido por las salivas y burlas de los soldados.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los ultrajes en tu camino al calvario.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la terrible Pasión sufrida por nuestro amor.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la ingratitud de los hombres.
    Te compadezco, Señor
    ¡Señor de los Afligidos! en mi pobreza.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis enfermedades.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis persecuciones.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis terribles tentaciones.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis tristezas.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis abandonos.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis lágrimas.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis desconsuelos.
    ¡Señor de los Afligidos! en la pérdida de mis parientes y amigos.
    ¡Señor de los Afligidos! en todas las pruebas de la vida.
    ¡Señor de los Afligidos! en mi agonía.
    ¡Señor de los Afligidos! en medio de las penas del Purgatorio.
    Compadéceme, Señor.
    Oración final para todos los días.
    ¡Oh, Señor de los Afligidos! en cuyo corazón se congregaron todas las aguas del dolor… ¿Quién mejor que Tú sabes lo que es sufrir? Pasaste por los rigores de la pobreza; sentiste sobre Ti los golpes terribles de la humillación y la calumnia, la angustiosa prueba de Getsemaní, la traición de uno de tus discípulos, y el abandono en que te dejaron los demás… Los insultos, los golpes, los desprecios, las ingratitudes, las espinas, la cruz, la muerte… se desbordaron en tu espíritu a manera de torrente impetuoso, llenándote de aflicción.
    ¡Oh, Jesús de mi alma, después de haber sufrido tanto…qué bien has de saber compadecer a tus hijos…!
    Por eso acudo a Ti, Señor de los Afligidos. Tú que sabes lo que es sufrir pobreza ayúdame en mis necesidades y dame resignación cristiana. Tú que conoces lo que duelen las calumnias y persecuciones… da fuerza a mi corazón para que no desfallezca en estas pruebas de la vida…Tú que tanto compadeciste a las enfermedades y dolores del prójimo, mitiga mis dolores y cura mis enfermedades. Tú que sentiste tristeza hasta la muerte, consuela a mi espíritu en medio de sus tristezas y amarguras. Tú que sabes lo que cuesta practicar la virtud de la pureza, sostén mi corazón para que no sucumba en medio de tantas dificultades y tentaciones de la vida.
    En mis penas, en mis angustias, en mis necesidades… consuélame, ayúdame…
    Haz que te ame mucho, mucho, Jesús mío, que no viva más que para Ti; y que mi vida de sacrificio unida a la tuya, sea el camino seguro que me lleve al cielo.
    He aquí, Señor de los Afligidos, lo que lleno de una santa confianza te pido en esta santa Novena todo para tu gloria y provecho de mi alma. Dame tu santo amor y la santa perseverancia. No permitas que me separe de Ti: Quiero acompañarte siempre y consolarte en tu abandono, para que después de haber sido tu compañero en la aflicción, tenga la dicha de acompañarte en tu gloria del cielo.
    ¡María, Madre mía del alma! Hazme todo de Jesús, dame siempre su amor y tu hermosa perseverancia. Te quiero mucho, Madre mía, de ti lo espero todo. Así sea.
    JACULATORIA: ¡Oh Señor de los afligidos! Haz que tu Imagen santa viva siempre grabada en mi pobre corazón.

    Día 2º.
    LA BOFETADA
    Consideración.
    “A esta respuesta uno de los asistentes dio una bofetada a Jesús. ¿Así respondes al Pontífice?” (Jn. 17,22).
    Luego que Jesús fue reducido a prisión en el Huerto, los esbirros lo llevaron por las calles de Jerusalén, en medio de las negras sombras de la noche a la casa de Anás, y después al Palacio de Caifás que era sumo Pontífice aquel año.
    Este malvado Pontífice, hombre soberbio, y sin conciencia, sintió verdadera satisfacción de tener en su presencia al renombrado Profeta de Nazaret.
    Jesús había condenado repetidas veces con todas las energías de un Dios, los excesos e hipocresías de los fariseos y de los falsos Pastores de Israel, que engañaban y perdían miserablemente al pueblo fiel.
    Por eso al ver al humilde Nazareno atacado y despreciado por los soldados, Caifás se regocijó sobremanera y le despreció más. Hízole varias preguntas sobre sus discípulos, sobre la doctrina que había predicado y acerca de los estupendos milagros que de Él contaban las gentes. Pero a todas esas preguntas Jesús respondió humildemente: No he hablado en secreto, sino a la faz del mundo: y muchos de los que aquí están presentes pueden decir lo que yo he enseñado… (Jn. 18,20) ¿Podría hablar con más respeto y humildad nuestro amoroso Redentor? Sin embargo, al oír esta respuesta uno de los criados que allí estaba dio una tremenda bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al Pontífice? (Jn. 18,22)
    ¡Oh Cielos! Estremeceos… ¡Un Dios abofeteado por un hombrecillo miserable! ¡El rostro benditísimo de Jesús, espejo y alegría de los Ángeles, herido villanamente por una mano criminal! ¡Qué confusión! ¿Cómo no se desplomaron los cielos para aplastar al infame… o se abrió la tierra bajo sus pies para sepultarlo vivo en los infiernos? ¡Oh! es que Jesús quería abatir la soberbia de los hombres, sufriendo El una tan tremenda humillación a vista de toda aquella asamblea que aplaudió alborozada la insolencia del criado.
    ¿Piensas, alma mía, que el Pontífice castigaría la audacia de aquel servidor miserable? Nada de eso; por lo contrario aprueba aquella infame acción… y hasta quizá llegaría a recompensar la hazaña de aquel hombre sin conciencia. Así se vengaban los Príncipes y Sacerdotes de Israel del gran Profeta, que había descubierto y condenado sus vidas llenas de malicia y de pecado.
    Y el pacientísimo Jesús… ¿Qué respondió al sentirse herido y despreciado de una manera tan pública y humillante? ¿Piensas alma mía, que se indignó contra su ofensor y pidió al cielo para él un ejemplar castigo? De ninguna manera; volviendo hacia aquel hombre su rostro amoratado, le dirigió estas dulces palabras: “Si he hablado mal, muestra en qué; si no, ¿Por qué me hieres…?
    ¡Oh Redentor mío querido! Si a un rey poderoso de la tierra, cuando rodeado de su magnífica gloriosa corte, le diera en el rostro terrible bofetada uno de sus últimos vasallos… ¿No sería una humillación y una vergüenza…? ¿Pues, qué tienen que ver todos los reyes de este mundo con el gran Rey de los Cielos? Y sin embargo… acepta esta humillación y vergüenza para enseñarnos a ser humildes en todas las circunstancias de nuestra vida. ¡Oh Maestro mío!, ¡cuánto tengo que aprender de Ti!, Fija, alma mía, fija tus ojos en ese rostro del Señor de los Afligidos… y lo hallarás triste y apenado.
    ¿Por qué ¡Oh! y … cómo no ha de estar triste al ver a tantos cristianos que como el criado de Caifás le abofetean ignominiosamente con sus palabras y actos pecaminosos…? Porque Jesús les reprende a su mala conducta y les prohíbe la satisfacción de sus malas pasiones, le contestan mal y le hieren con vileza su amoroso semblante. ¡Oh ingratitud…!
    Y tú misma, alma mía, ¿No lo has hecho así muchas veces? Cuando Jesús te ha reprendido tus libertades con gritos de la conciencia, o por medio de los confesores… ¿No te has quejado amargamente, y hasta quizás has proferido palabras atrevidas? Pues todo ha sido como verdaderas bofetadas que descargaste sin piedad en el rostro bondadosísimo de tu buen Jesús. Por eso lo ves tan afligido.
    ¡Oh Redentor mío amadísimo! Por la afrenta que en el palacio de Caifás recibiste por mi amor, concédeme la humildad para que lleve sin quejarme todos los desprecios de las creaturas… Quiero ser humilde, porque sólo así agradaré a Dios, y conservaré puro y limpio mi pobre corazón. ¡Señor de los Afligidos! tengo pena de haber puesto así tu divino rostro con mi mala vida. En adelante no te ofenderé más. Te compadezco y te amo.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Cierta piadosa señora cayó enferma con una terrible erupción en la cara. El caso se presentaba muy grave y de fatales consecuencias para la interesada. Podía complicarse el mal, internarse a los ojos y los oídos y quedar completamente inutilizada pare el trabajo.
    Además era pobre y no contaba con los medios para llamar al médico, por lo que se sentía verdaderamente triste. Pero como era cristiana fervorosa, confió más en el Médico Divino que no cobra por curar a los enfermos y sólo pide fe y esperanza grandes, y por lo mismo se puso bajo el cuidado del Señor de los Afligidos. Le pidió ardientemente la curación, si así convenía para su gloria, y el divino amoroso Médico celestial que no rechaza los ruegos de sus hijos, ni puede ver sin conmoverse los males que padecen, la dejó enteramente curada pudiendo ganarse honradamente el necesario sustento para la vida.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 3º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA TÚNICA BLANCA
    Consideración.
    “Herodes… para burlarse de Él le hizo vestir ropa blanca…” (Lc. 23,11).
    Otra de las pruebas que afligieron grandemente al corazón del buen Jesús fue lo que pasó en el palacio del Rey Herodes. Hallábase este príncipe por aquellos días en la ciudad de Jerusalén, rodeado de toda la grandeza de su reino, cuando le presentaron al Profeta de Nazaret, acusado de seductor y engañador del pueblo.
    Herodes se felicitó de tener en su presencia al Profeta maravilloso de quien se contaban milagros inauditos. Y aunque como rey impúdico, corrompido y cruel, se burlaba de todos los preceptos de la Ley de todas las ceremonias religiosas, y hasta de los milagros del mismo Dios… quiso sin embargo, pasar un rato divertido, sirviéndose para ello del mismo Jesús.
    Sentado en lujoso trono, y rodeado de una corte deslumbrante, pero como él, corrompida, manda que le lleven a Jesús. Los soldados, obedientes a su soberano cogen brutalmente a Jesús, y le ponen de pie en medio de la asamblea. Entonces el rey, queriendo dar un espectáculo interesante a sus cortesanos, se dirige al acusado, y le hace muchas preguntas, pensando sin duda, que Jesús para librarse del castigo y de la muerte, haría en presencia de todos, uno de aquellos estupendos prodigios, que de Él pregonaban las gentes. Pero en actitud noble y augusta guardaba silencio.
    Herido Herodes en su amor propio, y tomando como un desprecio el silencio del acusado, le hace muchas preguntas; y Jesús continúa callado.
    ¿Por qué esta conducta de Jesús? El que había contestado a las preguntas del Pontífice y al insulto del criado… ¿Cómo no responde al rey Herodes? Es que el corazón impúdico de este príncipe lleno de maldad y de soberbia, no merecía oír la voz dulce y divina del Dios de toda pureza y santidad.
    Un rey materializado enteramente, y entregado a las pasiones más degradantes… no podía recibir en sí la gracia del Cielo… ¡Que aprendan los deshonestos! Mientras se revuelven en su vida de cieno… que renuncien a oír la voz de Jesús…; y como el rey Herodes serán rechazados por el Dios puro y Santo.
    Herodes entonces, con todos los de su séquito, lo despreció; y para burlarse de Él, lo hizo vestir ropa blanca, (Lc.22). La vestidura blanca entre los judíos era para significar locura y estupidez: de modo que al ponérsela a Jesús, fue para decir a toda la ciudad y al mundo entero, que aquel Profeta que las gentes tenían por un ser extraordinario bajado del cielo…, no era otra cosa que un loco y un estúpido.
    Y así escribe S. Buenaventura: “Lo despreció como a impotente porque no hizo milagros: como a ignorante porque no respondió palabra; y como a estúpido porque no se defendió”.
    ¡Oh alma mía! Bien puedes exclamar aquí con S. Alfonso: ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh Verbo divino! Sólo os faltaba la ignominia de pasar por loco y falto de razón. En efecto, ¿Por ventura no eres Tú la Sabiduría increada? ¿No eres Tú la fuente inagotable de toda verdadera ciencia? ¿No lo has demostrado bien a las claras durante los tres años de tu admirable apostolado? ¿No diste una prueba de ello cuando a la edad de doce años confundías a los Doctores de la Ley, explicando las Escrituras con una perfección nunca vista?
    Pues ¿Por qué permites ahora que te tenga por loco y estúpido? ¡Oh! ya lo entiendo.
    El deseo que te abrasa de padecer por mi salvación, te obliga a pasar por esa ignominiosa afrenta. Sólo un Dios puede abatirse hasta ese punto.
    Este paso de vida es una prueba manifiesta de tu divinidad. Mas no porque seas Dios… dejas de sentir tan horrenda humillación.
    Y lo peor, Jesús mío, es que no han terminado para Ti los desprecios y las afrentas… También hoy los cristianos te visten de blanco, y te tienen por loco y estúpido.
    Cuando desprecian y desechan tus doctrinas; cuando se ríen de tus sacramentos y de los milagros que obras en las almas cuando cierran los oídos a la voz de tus ministros ¿Qué otra cosa hacen sino decirte con hechos… que eres ignorante y necio, un ser sin razón… que no sabes lo que mandas? ¡Oh Dios mío! ¡Cuántas afrentas recibes cada día de tus mismos cristianos…! Como Herodes te visten con la túnica de los locos, para pasearte por el mundo, como si fueras un ignorante y un fatuo.
    ¡Pobre Jesús! ¡Qué de afrentas sufriste delante de Herodes… y cuántas más estás sufriendo recibidas en tu propia casa, en tu Iglesia, en medio de tus mismos hijos, los católicos…!
    ¡Oh Señor de los Afligidos! en tu rostro apenado, descubierto yo la angustia de tu humillado corazón. Y tú misma, alma mía, has contribuido a aumentar esos tormentos de Jesús cuando no has querido seguir sus santísimos consejos… no someter tu razón a la moral purísima enseñada por tu amante Redentor… ¡Perdón, Jesús mío!, no me niegues tu voz como a Herodes: háblame, que mi alma escucha, y quiere siempre obedecerte.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Triste y pavoroso es para una familia ver al jefe de ella próximo a la muerte. Una esposa y unos hijos que quedan en este mundo sin amparo, expuestos siempre a las mil vicisitudes y cambios de la vida… Tal era el estado de un hogar cristiano, donde el esposo y padre se veía a las puertas de la eternidad, consumido por la fiebre, complicada con terrible pulmonía.
    La hora última se acercaba por momentos; se habían agotado todos los medios para salvar al enfermo; pero inútil; no había esperanza en lo humano. Y llena de angustia la familia se dirige al cielo con fervorosas plegarias, pidiendo la salud del amado paciente. Suplican al Señor de los Afligidos que se apiade de ellos en tan grande angustia, y no permita que queden una esposa y unos hijos sin apoyo en este mundo. El enfermo lleno igualmente de ardiente y viva fe, se encomienda al compasivo Jesús y luego la fiebre comienza a ceder, y a desaparecer la pulmonía, quedando fuera de todo peligro.
    En poco tiempo, todo cambia en aquel hogar volvió la alegría, y juntos fueron a darle gracias al Señor de los Afligidos.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 4º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA FLAGELACIÓN
    Consideración.
    “Tomó entonces Pilatos a Jesús y mandó azotarle” (Jn. 19,1).
    Entra alma mía, en el Pretorio de Pilatos, para asistir a una de las escenas más terribles y sangrientas que refieren las historias de los pueblos. Los ejecutores de tan bárbaro suplicio son: un gobernador pagano que ordena la flagelación, como unos sesenta soldados robustos y sin conciencia que lo ejecutan, y una víctima inocente se ofrece voluntariamente, y no abre su boca para quejarse.
    ¿Conoces a esa Víctima? Es tu Jesús, el Señor de los Afligidos. Mírale en medio de aquella soldadesca libertina y soez… le despojan ignominiosamente de sus vestidos, le atan las manos a una columna, y armándose de duros y nudosos látigos, dan principio a tan espantoso tormento.
    El chasquido de las cuerdas, el ruido de los golpes y el salpicar de la sangre que salta y riega el suelo, semeja una verdadera tempestad. Los brutales sayones no respetan nada a la sufrida víctima, golpean sus espaldas fuertemente y levantan pedazos de carne; hieren con furor su inocentísima cabeza; desgarran su rostro celestial y forman en sus brazos y piernas como arroyos de sangre; y todo el cuerpo de nuestro amante Redentor, queda tan atrozmente destrozado, que se le pueden contar todos sus huesos…
    Aquellos soldados viles sienten verdadera satisfacción en contribuir al suplicio del reo, y por lo mismo se suceden unos a otros, y descargan en la indefensa víctima más de cinco mil azotes, según una revelación, hasta que fatigados sus brazos, y viendo el suelo convertido en un charco de sangre, y a Jesús casi muerto, cesaron su castigo cruel.
    ¡Oh corazón mío! ¿Cómo no desfalleces de dolor al contemplar este atroz suplicio de tu buen Jesús? ¡Ángeles de la gloria! ¿Dónde estáis? ¿Por qué no venís al Pretorio, y quitando las cuerdas que atan las manos de vuestro Rey, sujetáis con ellas a los bárbaros verdugos, que tan cruelmente le martirizan?
    ¡Oh Virgen Purísima y madre de la inocente víctima! ¿Dónde estás, que no corres presurosa a detener los golpes de los soldados, y a cubrir con tu manto maternal el cuerpo despedazado de tu Hijo del alma? ¡Oh Padre Eterno! ¿Por qué permites esa carnicería en el cuerpo inmaculado de tu Unigénito? ¡Oh soldados cruelísimos! ¿Por qué tratáis tan despiadadamente a Jesús? ¿No veis que es inocente, un santo, el Hijo de Dios? ¿Qué os ha hecho, miserables? ¡Jesús, amable! ¿Por qué consientes que así te traten? ¿No puedes con una sola de tus miradas confundir a esos miserables, y hacerles caer en el suelo sin sentido?
    Pero… ya entiendo… Quisiste someterte a ese castigo propio de los esclavos, y sufrir tan horrorosamente en tu cuerpo purísimo para expiar los infinitos pecados de impureza de los hombres… No fueron, no, los soldados los que así pusieron tu cuerpo, fueron y son las deshonestidades de la humanidad.
    La flagelación no ha terminado para Ti ¡Redentor amorosísimo! Yo veo a los cristianos lanzarse locos y sin freno en el lodazal inmundo de la impureza… la deshonestidad es su alimento y bebida; en ella se bañan todos los días: en eso piensan… para eso viven: sus corazones y sus cuerpos son como una mesa de vil materia putrefacta y asquerosa.
    Ellos y ellas no viven más que para el placer y el regalo… mientras que Tú sigues padeciendo martirios de muerte. Cada pecado de impureza es como un látigo con que te flagelan los pecadores deshonestos… y los verdugos de hoy no son sesenta, son muchos miles y millones… por eso no me extraña verte tan apenado en esta tu triste Imagen.
    ¡Oh cristianos, tan queridos de Jesús! No sigáis atormentado a vuestro Dios con pecados impuros. Contemplad al Señor de los Afligidos… ved cómo habéis puesto su inocente cuerpo… y dejad el vicio…. Sed honestos y puros. No ofendáis más a vuestro Padre. No hagáis el oficio de verdugos con vuestro tierno Redentor. ¿Qué os ha hecho para que así le maltratéis?
    Y tú, alma mía; ¿No tienes parte también en ese suplicio de Jesús? ¿No te dejas también arrastrar de la sensualidad y de pecados que avergüenzan? O por lo menos ¿No eres negligente en la guarda de tus sentidos y de tu cuerpo? ¿No eres libre en tus actos… en tus vestidos y adornos? ¿No expones tu corazón y tu cuerpo al peligro de pecar? Con tus inmodestias y libertades en el vestir… con tu poco recato en las palabras y miradas, has desgarrado el cuerpo de Jesús. ¡No más pecados! ¡No más libertades!
    ¡Señor de los Afligidos! Te compadezco… y lloro contigo el martirio que sufriste en tu cuerpo virginal, pero lloro mucho más los pecados impuros de las almas que fueron y son la causa de tu suplicio. Jesús mío, quiero consolarte, te doy gracias porque quisiste satisfacer tan generosamente por nuestros pecados… y en lo sucesivo no quiero hacerte sufrir más. Deseo conservar puro y casto mi cuerpo… y guardar mi corazón de toda impureza.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Un pobre padre de familia por más pasos que dio, no pudo conseguir trabajo de ninguna clase.
    Como es de suponer, la pena en aquella casa era muy grande; pues tenían que pasar por muchísimas privaciones.
    El padre se entristecía al ver a su esposa y a sus hijos sin lo necesario para la vida; y los hijos sentían verdadera aflicción al ver lo que sufría su buen padre.
    Viendo que en la tierra no hallaban amparo, llamaron a las puertas de la amable Providencia.
    Una hija de la familia, muy devota del Señor de los Afligidos, corrió llena de esperanza ante su bendita Imagen, y allí a sus pies, le expuso la situación crítica porque atravesaba en su casa, pidiendo a Jesús con toda sencillez, que diera trabajo a su pobre padre.
    Jesús, que no sabe desoír las súplicas de los cristianos, y mucho menos las que un hijo bueno hace por sus padres, a quienes ama, concedió lo que se le pedía. Aquel padre halló colocación, y su familia toda, muy agradecida al Señor de los Afligidos, celebró con júbilo indecible el favor recibido.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 5º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LAS ESPINAS
    Consideración.
    “Y los soldados formaron una corona de espinas entretejidas y se la pusieron en la cabeza” (Jn. 11)
    No satisfechos los soldados con el suplicio atroz por el que habían hecho pasar al pacientísimo Jesús, determinaron añadir nuevos y muy refinados géneros de martirio. Cogiendo nuevamente a Jesús, le llevaron a un lado del Pretorio y juntándose en derredor toda la guardia del gobernador romano, instigados por los judíos, y corrompidos por su dinero como escribe S. Juan Crisóstomo, hicieron sufrir a su pobre víctima nuevos indecibles tormentos.
    Despojándole de sus propios vestidos le echan sobre los hombros, a manera de manto real, un rojo y viejo trapo de deshilada púrpura…. Luego colocan en sus manos, a manera de cetro, una débil caña, y formando de un manojo de punzantes espinas, una especie de corona, se la ponen en la cabeza como a Rey. Y como no entra bien, hacen mucha fuerza sobre ella, hundiendo las espinas hasta perforar su dolorido cerebro.
    Considera, alma mía, este nuevo tormento de la coronación: fue ciertamente uno de los que más duramente afligieron al mismo Redentor; pues como escribió el piadoso autor Lanspergio, y lo trae mi Padre S. Alfonso en su libro sobre la Pasión, Cap. IX, las espinas atravesaron por todas partes la sagrada cabeza del Salvador, parte sensible al dolor por todo extremo, porque de la cabeza se extienden por el cuerpo los nervios, y a ella van a parar todas las sensaciones… además fue un tormento prolongadísimo, pues que llevó clavadas las espinas en la cabeza hasta su muerte; de modo que cada vez que le tocaban las espinas, se le renovaba todo el dolor. La sangre corre en tanta abundancia de las llagas abiertas por las espinas, que como fue revelado a Sta. Brígida, el rostro, los cabellos, los ojos y la barba de Jesús estaban bañados en sangre… y aquel rostro, en expresión de S. Buenaventura, ya no parecía el del Señor sino el de un hombre desollado.
    ¿Por qué, Jesús amantísimo, habéis querido padecer tan atroces martirios en vuestra santísima cabeza? ¡Ah! Sin duda para satisfacer a Dios por tantos pecados como los hombres cometen con sus malos pensamientos. ¿No es en efecto la cabeza, el asiento de tantísimos pensamientos como agitan a los mortales? Si esos pensamientos son buenos y puros, hacen del hombre un ángel, y lo levantan hasta el corazón mismo de Dios; mas si por el contrario son malos y sucios, convierten al hombre en demonio, y lo rebajan al estado de los más viles e inhumanos criminales.
    Esto es precisamente lo que ha pasado en el mundo. Los hombres por no sofocar luego en su cabeza los pensamientos depravados, que a cada momento se levantan como negras tempestades, se han entregado y entregan a toda clase de excesos y liviandades.
    ¿Cuál es el origen de tantas impurezas y deshonestidades, de tantas fornicaciones y adulterios? ¿De tantos inauditos pecados que llenan de horror y de vergüenza a la misma naturaleza? Los pensamientos consentidos y llevados a la práctica… ¿De dónde salen esas aguas negras y pestilentes, que formando ríos de repugnante cieno de inmoralidad, corren por la sociedad entera, arrastrando incontable número de almas? De la cabeza, donde brotan los malos pensamientos, que bajando luego al corazón lo corrompen y arruinan.
    Pues todos esos malísimos y sucios pensamientos, son los que en realidad atormentaron y atormentan la cabeza de nuestro benditísimo Redentor. Así lo afirma S. Agustín cuando escribe: ¿A qué acusar a las espinas, si fueron meros instrumentos de la Pasión de Cristo? Nuestros pecados, y sobre todo nuestros malos pensamientos, fueron las crueles espinas que traspasaron la cabeza de nuestro adorable Salvador. Y en cierta ocasión dijo el Señor a Sta. Teresa: “Que no le tuviera lástima por aquellas heridas, sino por las muchas que ahora le daban” (Relación 3)
    ¿Lo oís, cristiano? Vuestros pensamientos malos y consentidos son las espinas que atormentan la cabeza del buen Jesús ¿Y todavía diréis que no tienen importancia? ¿Y os atreveréis a mirarlos como una nadería y a jugar con ellos como si fuera un granito de arena? ¿Y tendréis conciencia para decir al confesor, que no han sido más que pensamientos… que no habéis ejecutado aquello que pensasteis…? Fijad vuestros ojos en el Señor de los Afligidos… ved cómo está su cabeza… y decid, si tenéis valor, que los malos pensamientos no tienen importancia alguna.
    Pero no acuses a los demás, alma mía, entra en ti misma, y cuenta, si puedes, las espinas que durante tu vida has clavado en la frente purísima de tu amante Jesús ¡Cuántas veces sola o acompañada, en casa o por las calles, y hasta en el mismo templo… pero sobre todo en esas lecturas, reuniones, y espectáculos inmorales… has tenido malos pensamientos…! ¿Y qué has hecho con ellos? En vez de arrojarlos, llegan a ti como chispas que abrasan, te has recreado en ellos, los has admitido… siendo causa de que el corazón deseara cosas prohibidas.
    ¿No lo crees así? Mira al Señor de los Afligidos…
    Él lo sabe, los conoce muy bien, los está viendo y contando con su mirada escrutadora.
    Sí, Jesús mío, lo confieso humildemente soy culpable a tus divinos ojos, yo he atormentado tu cabeza con mis malos pensamientos. Perdóname, mi arrepentimiento sincero arrancará de tu frente las espinas punzantes que antes te clavé… Quiero desechar siempre los malos pensamientos: antes morir mil veces que volver a consentir en ellos.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Duros son los golpes que la enfermedad descarga sobre nuestro cuerpo; pero para una alma buena que suspira por la unión con su Dios, y desea verse libre de todas aquellas imágenes que pueden manchar su espíritu, son más duros todavía los golpes de la mala tentación.
    Tal sucedía con una joven a quien un feo pensamiento traía media trastornada. Durante varios días no la dejaba descansar un solo instante. De día y de noche y a todas horas el pensamiento la torturaba cruelmente, y su corazón creía desfallecer.
    La idea de que podría ofender a su Dios, era para ella un verdadero martirio. Acudía a todos los medios para apartar esa imaginación; pero el demonio luchaba fuertemente para ver de ganarla y hacerla consentir.
    En medio de esa reñida batalla con el inferno, la honesta joven se acordó del Señor de los Afligidos, y durante tres días fue a rezar ante la milagrosa imagen, apoyando su frente en el pie de Jesús. Y ¡Oh prodigio! El pensamiento desapareció como por encanto, y la paz y la alegría volvieron a reinar en aquella alma, que llena de gratitud, no se cansaba de celebrar las maravillas de su buen Jesús.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 6º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LAS BURLAS.
    Consideración.
    “Con la rodilla hincada en la tierra le escarnecían diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos. Y escupiéndole tomaban la caña y le herían en la cabeza” (Mt. 27,29)
    Ansía el soberbio más y más honores y honra. Así por el contrario nuestro amante Salvador suspira ardientemente por los desprecios y afrentas; y pareciéndole poco lo que ha sufrido en la flagelación y coronación de espinas, permite a los soldados que se burlen de Él, durante aquellas horas de mortal suplicio.
    ¿Quién podrá conocer todas las burlas y escarnios que a Jesús hicieron los soldados de Pilatos? Sólo el día del Juicio, ha escrito un autor, se sabrán los horrendos atropellos cometidos contra el Redentor, dentro del tenebroso e infernal pretorio.
    Siendo hombres groseros, llenos de vicios y sin entrañas… ¿Qué se podía esperar de ellos a favor de Jesús? Lo más natural era, que al verle tan bárbaramente maltratado se sintieran movidos a piedad, procurando aliviar un poco su tormento… pero no fue así.
    Al ver a nuestro buen Jesús vestido con aquel trapo, la corona de espinas sobre la cabeza, y la caña en las manos, le obligaron a sentarse sobre una dura piedra…; y haciendo de Él un rey de teatro, comenzaron a divertirse con su víctima.
    Con la rodilla hincada en la tierra, le escarnecían diciendo: “Dios te Salve, Rey de los Judíos”, y escupiéndole en el rostro tomaban la caña y le herían en la cabeza, y le daban de bofetadas.
    ¡Oh, qué martirio tan cruel estás padeciendo, amorosísimo Jesús! No hay en medio de esa escena, una sola alma amiga que te compadezca y llore contigo… Todos los que te rodean son corazones crueles, lobos rapaces que se ceban en tu rostro purísimo, monstruos del infierno, azuzados por el mismo demonio para hacerte sufrir infinitamente. Si en aquel momento, diré con mi Padre S. Alfonso, hubiera alguien pasado allí y se hubiera detenido a mirar a Cristo derramando sangre, cubierto con aquel andrajo de color púrpura, con aquel cetro en la mano, y con aquel género de corona en la cabeza, escarnecido y maltratado por aquella vil canalla, ¿No le hubieran tomado por el hombre más criminal y despreciable del mundo? (Med. Sobre la Pas. C. IX). Y sin embargo el que así padece es el Dios Santo, el Hijo de la Virgen. ¡Oh corazón mío! ¿No te partes de dolor al ver lo que está pasando a tu Padre y Redentor? ¿No ves como aquellos miserables después de haberle convertido en un juguete de irrisión, llenan su purísimo rostro de inmundas y asquerosas salivas, le dan millares de bofetadas, golpean brutalmente la corona, hundiéndole más las espinas, renovando nuevamente su martirio, y luego lanzando soeces carcajadas le llamaban a coro, Rey de los Judíos? ¿Qué dices de todo esto, corazón mío? ¿Qué sientes a la vista de tu Jesús ultrajado? ¡Ay! No puedo hablar… las lágrimas acuden a mis ojos y la amargura invade mi ser… ¡Pobre Jesús mío! La vista de tu Imagen me recuerda lo que pasaste en el Pretorio… y mi alma desfallece de dolor.
    ¿Qué clase de tormento es ese que estás sufriendo? Pero oigo que me dices con suspiros de angustia: “Son las almas mundanas y corrompidas las que así continúan jugándome; y como los soldados del pretorio, se burlan a diario de mí, que soy su Dios”.
    También hoy como entonces, me han tomado como a Rey de Teatro… con sus modas indecentes y criminales, echan sobre mis hombros un trapo viejo y humillante de irrisión; con sus pensamientos impuros y deshonestos tejen horrorosa corona de espinas que ciñen a mis sienes veneradas; cubren mis ojos con sus miradas lascivas y de fango, y colocando en mis manos la caña del desprecio, me pasean por las calles y plazas; me llevan a los centros del vicio y del placer. Y en todas partes se burlan vilmente de mí, me arrojan al rostro los salivazos de sus liviandades y atrevimientos de sus pecados, pensados, consentidos y muchas veces ejecutados… y mientras se revuelcan en el lodazal inmundo del más refinado sensualismo, me abofetean, me ridiculizan, y coreando a los miserables verdugos del Pretorio, exclaman: “¡Dios te salve, Rey de los Judíos!”
    Piensan los insensatos que no veo de dónde vienen los golpes…. Sí que lo sé, conozco sus nombres… y ¡ay! de esas almas cuando llegue el día del mi tremenda justicia… Cada cine y teatro, cada espectáculo y centro de inmoralidad, es para mí un nuevo Pretorio…. Pero ya llegará la hora de tomar venganza… ¡y desventuradas las almas que caigan bajo el peso de mi terrible indignación…!
    Yo comprendo ahora, Señor de los Afligidos, porqué tu rostro está tan triste y apenado. El mundo actual se halla convertido en centro de maldad, las almas en su inmensa mayoría, no viven más que para los sentidos, para los espectáculos inmorales… convirtiéndote a Ti, Jesús bueno, en triste Rey de eternas burlas…
    También yo hasta hoy he formado parte de tus verdugos; pero yo estoy arrepentido y quiero mudar de vida. No quiero hacerte Rey de burlas… sino Rey muy amado de mi corazón. Me arrepiento de todos mis pecados… perdónamelos, Jesús querido y ayúdame a serte fiel.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    El hogar cristiano, bendecido por Dios y santificado por la Iglesia, es como un Paraíso en la tierra, donde la gracia y felicidad del cielo caen a manera de misteriosa lluvia, que todo lo fertiliza y hermosea. Los esposos unidos por los lazos benditos del Sacramento, y los hijos vivificados por las palabras y ejemplos de los padres, forman un conjunto tan admirable y sublime, que muy bien se puede repetir sobre ellos las palabras que Dios ponía como rúbrica a todas las obras de la Creación: Y vio Dios que lo hecho era bueno. (Gen, 1)
    Pero no obstante la virtud, la paz, el amor y la felicidad de esos cristianos hogares, hay horas en que el cielo se oscurece, se enturbia la dicha y una tempestad de amargura amenaza a todos los miembros de la familia. Eso pasaba con una casa cristiana, en la que un asunto de familia, muy difícil de arreglarse, vino a cortar la felicidad y a secar la dulce y santa alegría que allí reinaba. Se acudió a las personas e influencias, se probaron todos los medios; pero no se veía solución alguna, y en cambio la familia iba cayendo en una tristeza y en un terrible abatimiento.
    En tal angustia e incertidumbre, se acordaron de que solamente Dios podía remediar sus males y solucionar el asunto. Y así fue que se le encomendaron al Señor de los Afligidos, a quien tenían mucha devoción. Jesús que no sólo atiende a las necesidades del alma y del cuerpo, sino también las necesidades materiales, tuvo compasión de ese hogar cristiano… arregló el asunto favorablemente y devolvió a toda la familia la felicidad perdida.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 7º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    EL ECCE HOMO.
    Consideración.
    “Ved aquí al hombre”. (Jn. 19,4)
    Era la mañana del viernes, y el sol cruzaba los espacios envolviendo con su luz montes y valles, cuando de todas partes de Jerusalén corrían como desaladas las gentes hacia la extensa plaza que se halla situada frente al palacio del gobernador romano.
    ¿Qué iba a suceder en aquel lugar? Pilatos iba a decidir la suerte del gran Profeta de Nazaret; y temiendo los fariseos que le dejara en libertad, después de haberle declarado inocente, convocaron a todos los Judíos para que reunidos frente al palacio del Presidente, pidieran a gritos la muerte de Jesús.
    En efecto, llegado que hubo el momento crítico, Pilatos se acercó a Jesús, a quien los soldados habían dejado medio muerto, y tomándole de la mano, le sacó al balcón de su palacio y mostrándolo a la inmensa muchedumbre que llenaba la plaza, dijo así: “Ved aquí al hombre”. ¿Qué teméis? Miradle como está desangrado… apenas si se le conoce, con dificultades vivirá algunas horas. Por complaceros le mandé azotar, pues yo lo reconozco inocente y sin culpa… pero ved cómo lo han dejado los soldados.
    Pensó el gobernador romano que a la vista de tanta sangre y sufrimientos, los judíos se moverían a compasión pero fue todo lo contrario.
    Por eso, cuando Pilatos les preguntó: “¿Qué queréis que haga con vuestro Rey?”. Todo el pueblo lleno de fervor, y azuzado por los sacerdotes y fariseos que iban de una parte a otra, respondió: Que sea crucificado, ¿A vuestro Rey he de crucificar? Replicó Pilatos; y el pueblo contestó: No tenemos otro Rey que el César, que sea crucificado.
    Entonces el Presidente Romano, que quería a todo trance salvar a Jesús, porque no hallaba en Él causa de muerte, acudió a un medio que le pareció infalible.
    Se acordó de un terrible criminal que estaba en la cárcel, ladrón, asesino, facineroso, el terror de toda la comarca, y pensó que proponiendo la libertad de Jesús o Barrabás, todos naturalmente pedirían la muerte del segundo, y la libertad de Jesús. Pero se equivocó. Cuando Pilatos preguntó a los Judíos: ¿A quién queréis que ponga en libertad, a Jesús o a Barrabás? Hubo en el pueblo una especie de estremecimiento y vacilación… más instigado por sus jefes, prorrumpió en un grito ensordecedor: “a Barrabás; queremos a Barrabás, y Jesús que sea crucificado”.
    Y el débil e inicuo Presidente lavándose las manos, como si eso le librara del horrendo crimen que cometía, condenó a Jesús a muerte de cruz.
    ¡Oh qué cuadro tan emocionante y desgarrador…! ¿Qué sentiste entonces, Jesús mío del alma? Propuesto, ¡Condenado a muerte ignominiosa de cruz, por un hombre pagano! Y oyendo la gritería infernal de todo un pueblo que pedía tu crucifixión… ¿No era ese mismo pueblo el que pocos días antes te había recibido con ramos y palmas, y entre vítores y cantos de júbilo, cuando decían: Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en el nombre del Señor”? ¿Por qué ahora piden la libertad de Barrabás, y desean para Ti la ignominia del Calvario? Muchos de los que ahora piden tu muerte ¿No son de aquellos que milagrosamente alimentas en el desierto… de aquellos que curaste amorosamente de sus enfermedades y que te seguían a todas partes celebrando tus obras portentosas… y bendiciendo a Dios por tan estupendas maravillas…? ¿Cómo piden hoy para Ti un suplicio, propio de los más grandes malhechores? ¡Oh dulce Redentor mío! ¡Qué caro te cuesta el deseo de salvar nuestras pobrecitas almas!
    ¿No hacen hoy también eso mismo los cristianos? Cada vez que el demonio les propone un placer, una vil satisfacción, una diversión inmoral, renuncian a tu amor, a tu persona, para abrazarse con el pecado, y gritar como los judíos: No queremos a Jesús, queremos la satisfacción grosera de los sentidos; muera Jesús en nuestros corazones, y entren en ellos el vicio y el pecado…
    Quizás por la mañana le reciben con palmas y aclamaciones en Santa Comunión y poco después en cines y teatros, en bailes y otros espectáculos deshonestos, lo condenan a muerte cruelísima en el triste calvario de sus negros corazones. Quizás en el templo, con cierta modestia aparente y fingida en sus vestidos y ademanes… dicen a Jesús que le quieren mucho, que le aman con pasión; y luego, fuera del lugar santo, se entregan a una moda provocativa e indecente, pidiendo con esa conducta pagana la muerte de su Salvador.
    ¡Oh Señor de los Afligidos! esa es la historia real de las almas, esa es la conducta que observan contigo los que se llaman tus cristianos. Delante de tu Imagen rezan, prometen muchas cosas, parece que te tienen lástima, y a las pocas horas ya te traicionan y condenan a muerte, haciéndote sufrir suplicios atroces.
    ¡Alma mía! ¿No has hecho tú eso mismo con Jesús? ¿No has preferido el pecado al amor de Jesús? ¿No has entregado tu corazón y tu cuerpo a las vanidades del mundo… proporcionando con tu mala conducta dolores acerbísimos a tu amante Redentor?
    Sí, Señor de los Afligidos… confieso mis culpas y las detesto. No quiero ofenderte más en adelante. Quiero contemplar tu Imagen con cariño y llevarla grabada en mi débil corazón, para amarte toda la vida.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Siempre se ha mirado la cárcel con espanto, y como lugar de castigo y de ignominia para los que allí son recluidos por orden de la autoridad.
    Es cierto que muchas veces, aun los inocentes tienen que ir a parar en ella; pero aunque inocentes, siempre consideran como una deshonra estar, siquiera no sea más que unas horas, en los calabozos de la prisión. Sólo cuando se trata de defender su Santa Religión es una gloria verse encarcelado por Dios…
    ¿Qué sentiría una pobre esposa cuando supo que a su marido le habían encerrado en la cárcel por delitos que jamás él había cometido? Con el corazón partido de dolor y llevando en su rostro el sello de la vergüenza, no obstante la inocencia del preso, fue a encomendar el asunto al Señor de los Afligidos, pensando como cristiana que Nuestro Señor le había de atender seguramente.
    Y así fue; Jesús que no quiso librarse de los cordeles que sujetaron sus manos, ni del Pretorio, ni de la muerte de cruz…quiso consolar a una esposa afligida, dejando libre de la prisión a su inocente esposo.
    Tan fervorosa y llena de confianza hubo de ser la oración de la suplicante, que a los pocos días salió su esposo de la cárcel, después de haberse comprobado su inocencia.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 8º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA CALLE DE LA AMARGURA.
    Consideración.
    “Y llevando Él mismo a cuestas su cruz, fue andando hacia el lugar llamado Calvario”. (Jn. 19,17)
    Luego que los judíos oyeron la sentencia definitiva de Pilatos, condenando a Jesús a ser crucificado, le cogieron por la fuerza; pusieron sobre sus hombros una pesadísima cruz y colocándole en medio de dos malhechores salieron del Pretorio en dirección al Monte Calvario.
    Aquí debes considerar, alma mía, lo que sentiría Jesús al recorrer esas calles de la ciudad, y al ver los atropellos espantosos que contra su Divina Persona cometieron durante todo ese penosísimo trayecto. Se acordaría del Domingo de Ramos, cuando recorría esas mismas calles en medio del júbilo y los cánticos de bendición de ese mismo pueblo y que ahora lo acompaña con maldiciones y blasfemias…
    Repasaría en su pensamiento aquellas horas deliciosas en que se dirigía al templo de Jerusalén para asistir a las ceremonias de la ley, y tributar culto de adoración a su Eterno Padre… y al ver el cambio que acaba de obrarse en los habitantes…experimentaría verdaderas angustias de muerte…
    Todos los que ahora le rodean son enemigos…; los soldados y verdugos que le llevan custodiado como el más temible y vil facineroso; los príncipes de los sacerdotes y fariseos que le miran con desprecio y se burlan de sus tormentos y humillaciones; el pueblo todo que grita desaforado insultando al gran Profeta, y pidiendo que pronto sea levantado en la cruz. ¿Qué puede esperarse de ellos en este triste recorrido por la calle de la amargura?
    Verdaderamente, alma mía, fueron amargas para Jesús las horas que transcurrieron desde su salida del Pretorio hasta su llegada al Monte Calvario.
    Mírale medio desfallecido…; es tanta la sangre que ha derramado en la flagelación y tantas las heridas que cubren su cuerpo que sólo por un milagro de su omnipotencia, se mantiene en pie.
    Contempla con devoción el triste espectáculo que ofrece a tu vista el amante Redentor… coronado de punzantes espinas, con los vestidos empapados en su propia sangre, con el rostro cubierto de salivas y polvo, con un pesado madero sobre los hombros, cayendo muchas veces porque le faltan las fuerzas.
    Los verdugos, lejos de compadecerle, le insultan, le golpean, y tirando de la soga con que le llevan atado, le hacen levantar a fuerza de palos y empellones.
    En medio del camino, sus ojos, cubiertos por la sangre que corre de la frente, ven con dolor a su bendita Madre del alma; quiere abrazarla, pero los verdugos se lo impiden, y ese encuentro con la Virgen pura lejos de ser un alivio para su corazón de Hijo, fue una espada terrible que destrozó su alma atribulada.
    En su derredor no oyó más que gritos de rabia, imprecaciones, insultos y amenazas…y sus ojos sólo ven caras enemigas y manos que se levantan airadas contra Él. Así fue llegando medio muerto a la cumbre del pavoroso Gólgota…
    Y ¿Por qué, amante Salvador mío, quieres sufrir tan atroces suplicios? “Por tu amor, para salvarme”. ¡Gracias, Jesús de mi vida…! Yo hubiera querido acompañarte en aquel camino al Calvario, para alegrar y suavizar tus penas, y ayudarte a llevar la Cruz. ¿Sí?, pues todavía estás a tiempo, alma querida, porque has de saber que aún no ha terminado mi calle de la amargura. Los cristianos de hoy me hacen recorrer un camino muy difícil y lleno de tormento. Los pecados de indiferencia, de desprecio y desobediencia a mis santos mandamientos; las inmodestias e inmoralidades… las profanaciones y blasfemias, las persecuciones y odios con que se ataca a mi Iglesia y a mis sacerdotes, son para mi corazón más pesados que la cruz que llevé sobre mis hombros llagados… ya llevo veinte siglos recorriendo esta calle de amargura, sin un alivio, sin un consuelo, siempre maltratado por mis eternos enemigos, pero como en estos tiempos, nunca.
    Y lo que más me parte de pena el corazón, es, que los que hoy me arrastran y me desprecian, y me hacen más doloroso mi camino, son mis propios hijos, mis cristianos.
    ¿No ves cómo en estos días de aflicción y de angustias para mí, en que voy regando las calles con mi sangre y con mis lágrimas… ellos, los hijos de mi corazón, gozan, se entregan a toda suerte de pasatiempos, sin importarles nada la persecución contra la Iglesia, los insultos y blasfemias contra Dios?
    Es cierto, Señor de los Afligidos, desde esa tu angustiosa Imagen, me estás diciendo el martirio que padece tu bendita alma: buscas consuelo en tus hijos, y estos se hacen sordos a tus gemidos.
    Perdóname, Jesús bueno, si hasta el presente yo también fui causa de tus grandes sufrimientos. Desde ahora prometo cambiar de vida. Deseo acompañar a mi Redentor en su camino de dolor.
    Quiero vivir siempre a tu lado, mezclando mis penas con las tuyas; llorando contigo los extravíos de los malos cristianos… y purificando mi conciencia de los muchos pecados que sin duda entristecen tu corazón sagrado: Jesús mío, te amo…
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Una pobre madre veía llena de angustia y de dolor, que su hijo se moría por momentos, atacado de gravísima y violenta congestión, y sin hallar alivio en los remedios que se le aplicaron, tuvo que resignarse a verle morir. Pero el amor de una madre no se resigna tan fácilmente a perder un ser tan querido.
    Por eso, viendo que el caso era de suma gravedad, y que en unos pocos instantes podía quedar privada de la vista y el amparo de su hijo, acudió a la oración, que es el imán más fuerte y poderoso para atraer hacia nuestras miserias, al corazón compasivo de Jesús. Puede ser que esa madre se acordara de cuanto Jesucristo, conmovido a la vista de las lágrimas de la viuda de Naím, le devolvió a su hijo que llevaban a enterrar, y debió sacar esta conclusión: si para consolar a una triste madre, hizo el milagro estupendo de resucitar al cadáver de su hijo… ¿No hará también hoy otro prodigio devolviendo la salud a mi hijo agonizante? Y llena de cristina fe, corre a las plantas del Señor de los Afligidos, le cuenta las angustias y deseos de su alma, y se retira en la seguridad de que ha sido favorablemente escuchada. En efecto; el hijo cambió en su momento; comenzó una tan franca y rápida mejoría, que en muy poco tiempo quedó perfectamente bien.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 9º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA CRUZ.
    Consideración.
    “Taladraron mis manos y mis pies y contaron todos mis huesos”. (Salm. 21,17)
    Cuando llegaron a la cumbre del monte Calvario, despojan a Jesús de sus vestidos, le tienden sobre el madero de la cruz y clavando en él sus pies y manos lo levantan en alto a vista de todo el pueblo, que allí se había congregado para presenciar el martirio cruelísimo del gran Profeta de Nazaret. Medita tiernamente y compadece, al alma mía, a tu Jesús, que pendiente de tres gruesos clavos sufre los horrores de la crucifixión.
    Pero más que en sus dolores físicos, te vas a fijar en lo que sufrió su alma benditísima durante aquellas tres horas de agonía. Más que los tormentos del cuerpo, le martirizaba la negra ingratitud de las almas, que había venido a librar de la muerte, del pecado y del infierno.
    Los ojos del buen Jesús aunque cubiertos de sangre, debieron abrirse para mirar la tierra sembrada de misericordias divinas. Desde lo alto de la cruz, nuestro amorosísimo Redentor, vería la casita de Nazaret donde por primera se presentó al mundo en el seno virginal de su augusta Madre; la ciudad de Belén donde quiso nacer pobremente en desmantelada gruta, el templo de Jerusalén donde se ofreció como Hostia al Eterno Padre; el taller donde trabajó hasta los 30 años; las campanitas y aldeas de Judea, Galilea y Samaria donde predicó su divino Evangelio; el lago del Genesaret donde obró los milagros estupendos; el desierto con la multiplicación de los panes; los campos y pueblos, testigos de innumerables curaciones; los enfermos sanados por la virtud de su mano omnipotente; el cenáculo donde realizó la maravilla estupenda de la Eucaristía; el Huerto de los Olivos con sus notas de tristeza; la ciudad de Jerusalén con su templo magnífico, con sus palacios suntuosos y anchurosas calles: en fin, vería todo el camino recorrido desde su entrada en el mundo hasta su muerte, sembrado de gracias, de misericordias y de prodigios a favor de la humanidad…; y ese conjunto de recuerdos debió de proporcionar a su delicado espíritu angustias infinitas de amargura.
    ¿Qué había conseguido con su vida de sacrificios? Desprecios, insultos. ¿Qué le había dado las almas como recompensa de tantos trabajos? Persecuciones, blasfemias, bofetadas, espinas, clavos, cruz.
    ¿Dónde estaban sus Apóstoles, sus amigos y admiradores? Le habían abandonado. ¿Dónde estaban los enfermos curados, las muchedumbres que le siguieran entusiasmadas por las campiñas y aldeas? ¿Dónde los habitantes de Jerusalén que le recibieran en triunfo el Domingo de Ramos? Se habían cambiado en enemigos despiadados, que gritan contra Él, y le insultan aún después de crucificado.
    ¿Quién podría comprender la aflicción espantosa del corazón de Nuestro Salvador durante las tres horas de agonía? ¡Oh, Jerusalén ingrata…! ¿Así pagas a tu Jesús su vida sacrificada por tu bien?… Pero no sólo lo que entonces hacían con Él los hombres, era lo que traspasaba de tristeza su alma, sino también la ingratitud que en el correr de los tiempos, había de recibir de la mayor parte de los cristianos.
    Su mirada de Dios penetró a través de los siglos, en todos los pueblos de la tierra y vio aterrado las profanaciones, las burlas, los desprecios, las indiferencias, los pecados y libertades de tantísimos cristianos… después de dejarles como prenda de amor su Iglesia, sus Sacramentos y Sacerdotes, y a su Madre Santísima… y toda esa negra ingratitud fue más que los clavos y las espinas, la que acabó con su vida preciosísima en el árbol de la cruz. Siendo como es Jesús tan tierno y agradecido, cómo no ha de sentir la ingratitud de los cristianos, de su pueblo predilecto.
    ¡Oh, Señor de los Afligidos! con tu actitud triste y meditabunda paréceme que desde esa bendita Imagen estás contando por un lado los beneficios que has hecho y haces a las almas; y por otra parte las ingratitudes que a cada instante recibes de tus hijos… ¡Qué triste ha de ser para Ti, Jesús amorosísimo, el estado de la actual sociedad! El mundo en su inmensa mayoría, es enemigo tuyo: los cristianos en vez de mostrarse reconocidos y obsequiosos por las grandes e infinitas misericordias que les haces… te desprecian, te miran con indiferencia, pisotean tu voluntad, quebrantan tu Santa Ley, y te crucifican a cada momento con sus enormes y numerosos pecados.
    ¡Oh, almas ingratas! ¡Qué mal pagáis a vuestro Dios el amor que os ha tenido…! Fijad vuestros ojos, siquiera por unos instantes, en el Señor de los Afligidos, y ved su infinito dolor… y sabed que se lo causa vuestra increíble ingratitud. No le ofendáis más, que bastante sufrió en el monte Calvario. No le crucifiquéis de nuevo.
    Al menos tú, alma mía, no seas ingrata con tu Jesús. Cuenta, si puedes, los beneficios que te han hecho, y págaselos con gratitud y amor. Sí, Jesús de mi vida, yo te quiero amar; y sí he sido muy ingrato contigo y me arrepiento, y lloro mi maldad.
    Desde ahora quiero desagraviarte por tantos ingratos, y consumir mi vida toda en servirte con fidelidad, y amarte con todas mis fuerzas. Esa tu bendita Imagen, la llevaré grabada en mi corazón, y la tendré siempre ante mis ojos, para amarte siempre, siempre.
    Tuyo en la vida, tuyo en la muerte, por toda la eternidad.
    Virgen del Perpetuo Socorro, Madre de mi corazón, guárdame siempre en tus brazos junto a mi hermano Jesús.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Bien sabe todo el mundo lo que es y siente el corazón de una madre. La misma naturaleza ha depositado en las madres una cantidad tan grande de amor hacia sus hijos, que por muchos que éstos sean, no disminuye en nada su intensidad: es como la luz del sol que todo lo vivifica con sus rayos bienhechores.
    Pero es cierto también, que cuando uno de sus hijos vive ausente, el corazón maternal vuela al lado de ese ser querido, en él piensa, por él suspira, y si sucede que pasa mucho tiempo sin tener noticias de su vida… entonces la pobre madre pierde el sueño y el apetito, mientras su alma se parte de angustia.
    Esta era la situación de una pobre madre, cuyo hijo se hallaba ausente desde hacía varios años, y sin tener noticia alguna de él.
    Unas veces pensaba si estaría enfermo, o si se habría muerto, y lo que era más triste, si se habría extraviado y enredado en una mala amistad, y otros pensamientos que le causaban un martirio cruel. En tan tremendas angustias, la cristiana madre se encomendó al Señor de los Afligidos, haciéndole varias promesas si recibía noticias de su hijo del alma.
    No pasaron muchos días, sin que Jesús cumpliera los deseos muy legítimos de esa piadosa cristiana; pues recibió carta de su hijo, dando noticias muy consoladoras, que llenaron de júbilo indecible el corazón de la buena y vigilante madre…
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.

  • Dio dice:

    NOVENA EN HONOR AL SEÑOR DE LOS AFLIGIDOS
    J.M.J.A.T.5

    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    ¡Señor mío Jesucristo, Padre de los Afligidos! Al postrarme hoy ante tu bendita imagen, siento verdadera pena y confusión al contemplar el estado lamentabilísimo en que te han puesto mis pecados…
    Esos ojos apagados por la tristeza, esa frente taladrada por las espinas, ese rostro regado por la sangre y cubierto de amargura, y todo tu cuerpo santísimo magullado y destrozado por los golpes… son como otras tantas voces tristes que me dicen al alma: “¡Hijo mío, mira tu obra; ve cómo has puesto a tu padre; éste es el fruto de tus pecados!”
    ¡Sí, Jesús querido, lo confieso humildemente, yo soy la causa de tus tormentos…yo he escrito en tu augusta frente con punzantes espinas ese título de Dolor! “Dios Afligido”
    Pero me pesa, Padre mío, siento partírseme el pecho de dolor y quisiera retirar esas espinas de tu frente, cerrar esas heridas de tu cuerpo y cubrir de felicidad ese rostro dolorido. ¡Perdón, Señor, perdón y misericordia! Si hasta hoy he sido un traidor, un hijo pródigo… heme aquí de veras arrepentido, dispuesto a enmendar mi pobre vida… y servirte con felicidad.
    Por eso quiero pasar a tu lado unos momentos meditando y rezando para alegrar tu angustiado corazón. Recíbeme, Jesús amante y dame la gracia de hacer con fruto esta Novena.
    ¡Madre mía del Perpetuo Socorro! Alégrate, que si hasta hoy fui ingrato con tu Jesús, desde ahora quiero amarle y servirle fielmente hasta la muerte. Acompáñame Virgen Santísima, en esta Novena a fin de que con ella consuele a mi afligido Jesús y haga bien a mi pobrecita alma…Amén.
    Día 1º.
    EL HUERTO
    Consideración.
    “con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado, y ¡qué angustia la mía hasta que se cumpla!” (Lc. 12,50).
    Estas sentidas palabras que Jesucristo pronunciara un día en presencia de sus amados discípulos, parece repetirlas hoy desde su bendita imagen. En efecto, yo veo al Señor de los Afligidos con la cabeza apoyada en su mano derecha, como recorriendo con la mirada y pensamiento las escenas todas de su dolorosísima Pasión.
    Acompáñale, alma mía, en ese triste recorrido. Es el primer cuadro que sus ojos se presenta, es el Huerto de los Olivos… ¡Oh, qué angustia de muerte le causará ese doloroso cuadro…! Mira, alma mía, lo que allí pasó Jesús; cae de rodillas y ora en presencia de su Padre Eterno, pero un fuerte y abundante sudor de sangre corre todo su cuerpo hasta regar la tierra…se asusta y exclama: “¡Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz!” (Mat. 24,39). Es tan terrible la Pasión que se le prepara, que al fijarse en ella su pensamiento, grita lleno de amargura: “Triste está mi alma hasta la muerte”. (Mar. 14,34). Entre tanto los tres discípulos predilectos duermen sin preocuparse de lo que está pasando a su idolatrado maestro… ¡Pobre Jesús! Sufriendo El solo sin que nadie lo consuele…
    Mientras esto pasa en el interior de Getsemaní, Judas, el discípulo traidor, rodeado de una vil canalla, se acerca a aprehender a su Bienhechor. Jesús que nada ignora, sale a su encuentro; permite que el discípulo infiel le dé un beso de amigo y se entrega en manos de los soldados. Estos le prenden rabiosamente, atan con nudosos cordeles sus divinas manos, y locos con el triunfo alcanzado le cercan entre gritos y risotadas para conducirle a la presencia de los príncipes y sacerdotes que le han de condenar.
    Fíjate, alma cristiana, en las circunstancias de esa escena. Los discípulos de Jesús… ¿Dónde están? Huyeron llenos de miedo, abandonando cobardemente a su amorosísimo Maestro. ¿Qué sucedió con las promesas que le hicieron de ir con El hasta la muerte?
    ¡Oh, qué inconstante y tornadizo es el corazón de los hombres! ¡Qué pronto se olvidan de su deber para seguir los caprichos de la pasión!
    ¿Qué sentiste, Jesús mío, al verte así abandonado de tus íntimos amigos…solo y en medio de tantos enemigos que te odian y maltratan hasta sujetar tus bienhechoras manos con duras cuerdas? No eres tú un criminal para que así te atropellen…
    Aquí es el caso de exclamar con San Alfonso de Ligorio: ¡Pero, ¿Qué es lo que veo? Un Dios maniatado! Y ¿Por quién?, por unos gusanos de la tierra salidos de las manos del mismo Dios. Ángeles del Paraíso, ¿Qué decís? Y vos Jesús mío, ¿Cómo permitís que os aten las manos? ¡Oh, Rey de Reyes y Señor de los que dominan!, os diré como San Bernardo: ¿Qué tienen que ver las cuerdas de los esclavos y de los malhechores con Vos que sois el Santo de los Santos…?” San Alfonso, Medit. De la Paz, Cap. 7.
    Pero no, alma mía, no te indignes contra los discípulos que abandonaron a su Maestro ni contra Judas que lo traicionó por treinta monedas, ni contra los soldados que tan cruelmente lo maltratan… ¿No has hecho tú eso mismo con tu amante Jesús? ¡Cuántas veces le has dejado solo, abandonado… para seguir en pos de tus caprichos y vanidades…! ¡Cuántas otras le has hecho traición, entregándote villanamente en manos de tus pasiones e infidelidades…! ¿Cuántas más le has atando ignominiosamente las manos con los feos y duros cordeles de tus pecados…? ¿No te está diciendo esto el Señor de los Afligidos desde su dolorida imagen?
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Hallándose duramente afectada por una enfermedad pulmonar, cierta señorita de esta ciudad de Torreón, sintió verdadera mortal tristeza, cuando los doctores resolvieron que era necesaria una pronta operación.
    No quería someterse a esa desagradable y dolorosa prueba y por otra parte, tampoco quería morir sin antes haber empleado todos los recursos naturales. En su aflicción y angustias, se acordó del Señor de los Afligidos y de los que a él recurren.
    Le invocó llena de la más viva fe y con una gran esperanza de que sería escuchada, prometiendo visitarle en su Iglesia y tenerle toda la vida una extraordinaria y sincera devoción.
    El bondadoso Jesús no retardó el milagro; pues a los pocos días estaba curada la enferma sin necesidad de operación.
    Corona de compasión.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la agonía terrible de Getsemaní.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la traición de Judas.
    ¡Jesús bueno! Afligido por el abandono en que te dejaron tus discípulos.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los cordeles con que ataron tus benditas manos.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los insultos y desprecios de los tribunales.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la bofetada que te dio el criado del Pontífice.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la sangrienta y cruel flagelación.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la corona de espinas.
    ¡Jesús bueno! Afligido por las salivas y burlas de los soldados.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los ultrajes en tu camino al calvario.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la terrible Pasión sufrida por nuestro amor.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la ingratitud de los hombres.
    Te compadezco, Señor
    ¡Señor de los Afligidos! en mi pobreza.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis enfermedades.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis persecuciones.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis terribles tentaciones.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis tristezas.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis abandonos.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis lágrimas.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis desconsuelos.
    ¡Señor de los Afligidos! en la pérdida de mis parientes y amigos.
    ¡Señor de los Afligidos! en todas las pruebas de la vida.
    ¡Señor de los Afligidos! en mi agonía.
    ¡Señor de los Afligidos! en medio de las penas del Purgatorio.
    Compadéceme, Señor.
    Oración final para todos los días.
    ¡Oh, Señor de los Afligidos! en cuyo corazón se congregaron todas las aguas del dolor… ¿Quién mejor que Tú sabes lo que es sufrir? Pasaste por los rigores de la pobreza; sentiste sobre Ti los golpes terribles de la humillación y la calumnia, la angustiosa prueba de Getsemaní, la traición de uno de tus discípulos, y el abandono en que te dejaron los demás… Los insultos, los golpes, los desprecios, las ingratitudes, las espinas, la cruz, la muerte… se desbordaron en tu espíritu a manera de torrente impetuoso, llenándote de aflicción.
    ¡Oh, Jesús de mi alma, después de haber sufrido tanto…qué bien has de saber compadecer a tus hijos…!
    Por eso acudo a Ti, Señor de los Afligidos. Tú que sabes lo que es sufrir pobreza ayúdame en mis necesidades y dame resignación cristiana. Tú que conoces lo que duelen las calumnias y persecuciones… da fuerza a mi corazón para que no desfallezca en estas pruebas de la vida…Tú que tanto compadeciste a las enfermedades y dolores del prójimo, mitiga mis dolores y cura mis enfermedades. Tú que sentiste tristeza hasta la muerte, consuela a mi espíritu en medio de sus tristezas y amarguras. Tú que sabes lo que cuesta practicar la virtud de la pureza, sostén mi corazón para que no sucumba en medio de tantas dificultades y tentaciones de la vida.
    En mis penas, en mis angustias, en mis necesidades… consuélame, ayúdame…
    Haz que te ame mucho, mucho, Jesús mío, que no viva más que para Ti; y que mi vida de sacrificio unida a la tuya, sea el camino seguro que me lleve al cielo.
    He aquí, Señor de los Afligidos, lo que lleno de una santa confianza te pido en esta santa Novena todo para tu gloria y provecho de mi alma. Dame tu santo amor y la santa perseverancia. No permitas que me separe de Ti: Quiero acompañarte siempre y consolarte en tu abandono, para que después de haber sido tu compañero en la aflicción, tenga la dicha de acompañarte en tu gloria del cielo.
    ¡María, Madre mía del alma! Hazme todo de Jesús, dame siempre su amor y tu hermosa perseverancia. Te quiero mucho, Madre mía, de ti lo espero todo. Así sea.
    JACULATORIA: ¡Oh Señor de los afligidos! Haz que tu Imagen santa viva siempre grabada en mi pobre corazón.

    Día 2º.
    LA BOFETADA
    Consideración.
    “A esta respuesta uno de los asistentes dio una bofetada a Jesús. ¿Así respondes al Pontífice?” (Jn. 17,22).
    Luego que Jesús fue reducido a prisión en el Huerto, los esbirros lo llevaron por las calles de Jerusalén, en medio de las negras sombras de la noche a la casa de Anás, y después al Palacio de Caifás que era sumo Pontífice aquel año.
    Este malvado Pontífice, hombre soberbio, y sin conciencia, sintió verdadera satisfacción de tener en su presencia al renombrado Profeta de Nazaret.
    Jesús había condenado repetidas veces con todas las energías de un Dios, los excesos e hipocresías de los fariseos y de los falsos Pastores de Israel, que engañaban y perdían miserablemente al pueblo fiel.
    Por eso al ver al humilde Nazareno atacado y despreciado por los soldados, Caifás se regocijó sobremanera y le despreció más. Hízole varias preguntas sobre sus discípulos, sobre la doctrina que había predicado y acerca de los estupendos milagros que de Él contaban las gentes. Pero a todas esas preguntas Jesús respondió humildemente: No he hablado en secreto, sino a la faz del mundo: y muchos de los que aquí están presentes pueden decir lo que yo he enseñado… (Jn. 18,20) ¿Podría hablar con más respeto y humildad nuestro amoroso Redentor? Sin embargo, al oír esta respuesta uno de los criados que allí estaba dio una tremenda bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al Pontífice? (Jn. 18,22)
    ¡Oh Cielos! Estremeceos… ¡Un Dios abofeteado por un hombrecillo miserable! ¡El rostro benditísimo de Jesús, espejo y alegría de los Ángeles, herido villanamente por una mano criminal! ¡Qué confusión! ¿Cómo no se desplomaron los cielos para aplastar al infame… o se abrió la tierra bajo sus pies para sepultarlo vivo en los infiernos? ¡Oh! es que Jesús quería abatir la soberbia de los hombres, sufriendo El una tan tremenda humillación a vista de toda aquella asamblea que aplaudió alborozada la insolencia del criado.
    ¿Piensas, alma mía, que el Pontífice castigaría la audacia de aquel servidor miserable? Nada de eso; por lo contrario aprueba aquella infame acción… y hasta quizá llegaría a recompensar la hazaña de aquel hombre sin conciencia. Así se vengaban los Príncipes y Sacerdotes de Israel del gran Profeta, que había descubierto y condenado sus vidas llenas de malicia y de pecado.
    Y el pacientísimo Jesús… ¿Qué respondió al sentirse herido y despreciado de una manera tan pública y humillante? ¿Piensas alma mía, que se indignó contra su ofensor y pidió al cielo para él un ejemplar castigo? De ninguna manera; volviendo hacia aquel hombre su rostro amoratado, le dirigió estas dulces palabras: “Si he hablado mal, muestra en qué; si no, ¿Por qué me hieres…?
    ¡Oh Redentor mío querido! Si a un rey poderoso de la tierra, cuando rodeado de su magnífica gloriosa corte, le diera en el rostro terrible bofetada uno de sus últimos vasallos… ¿No sería una humillación y una vergüenza…? ¿Pues, qué tienen que ver todos los reyes de este mundo con el gran Rey de los Cielos? Y sin embargo… acepta esta humillación y vergüenza para enseñarnos a ser humildes en todas las circunstancias de nuestra vida. ¡Oh Maestro mío!, ¡cuánto tengo que aprender de Ti!, Fija, alma mía, fija tus ojos en ese rostro del Señor de los Afligidos… y lo hallarás triste y apenado.
    ¿Por qué ¡Oh! y … cómo no ha de estar triste al ver a tantos cristianos que como el criado de Caifás le abofetean ignominiosamente con sus palabras y actos pecaminosos…? Porque Jesús les reprende a su mala conducta y les prohíbe la satisfacción de sus malas pasiones, le contestan mal y le hieren con vileza su amoroso semblante. ¡Oh ingratitud…!
    Y tú misma, alma mía, ¿No lo has hecho así muchas veces? Cuando Jesús te ha reprendido tus libertades con gritos de la conciencia, o por medio de los confesores… ¿No te has quejado amargamente, y hasta quizás has proferido palabras atrevidas? Pues todo ha sido como verdaderas bofetadas que descargaste sin piedad en el rostro bondadosísimo de tu buen Jesús. Por eso lo ves tan afligido.
    ¡Oh Redentor mío amadísimo! Por la afrenta que en el palacio de Caifás recibiste por mi amor, concédeme la humildad para que lleve sin quejarme todos los desprecios de las creaturas… Quiero ser humilde, porque sólo así agradaré a Dios, y conservaré puro y limpio mi pobre corazón. ¡Señor de los Afligidos! tengo pena de haber puesto así tu divino rostro con mi mala vida. En adelante no te ofenderé más. Te compadezco y te amo.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Cierta piadosa señora cayó enferma con una terrible erupción en la cara. El caso se presentaba muy grave y de fatales consecuencias para la interesada. Podía complicarse el mal, internarse a los ojos y los oídos y quedar completamente inutilizada pare el trabajo.
    Además era pobre y no contaba con los medios para llamar al médico, por lo que se sentía verdaderamente triste. Pero como era cristiana fervorosa, confió más en el Médico Divino que no cobra por curar a los enfermos y sólo pide fe y esperanza grandes, y por lo mismo se puso bajo el cuidado del Señor de los Afligidos. Le pidió ardientemente la curación, si así convenía para su gloria, y el divino amoroso Médico celestial que no rechaza los ruegos de sus hijos, ni puede ver sin conmoverse los males que padecen, la dejó enteramente curada pudiendo ganarse honradamente el necesario sustento para la vida.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 3º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA TÚNICA BLANCA
    Consideración.
    “Herodes… para burlarse de Él le hizo vestir ropa blanca…” (Lc. 23,11).
    Otra de las pruebas que afligieron grandemente al corazón del buen Jesús fue lo que pasó en el palacio del Rey Herodes. Hallábase este príncipe por aquellos días en la ciudad de Jerusalén, rodeado de toda la grandeza de su reino, cuando le presentaron al Profeta de Nazaret, acusado de seductor y engañador del pueblo.
    Herodes se felicitó de tener en su presencia al Profeta maravilloso de quien se contaban milagros inauditos. Y aunque como rey impúdico, corrompido y cruel, se burlaba de todos los preceptos de la Ley de todas las ceremonias religiosas, y hasta de los milagros del mismo Dios… quiso sin embargo, pasar un rato divertido, sirviéndose para ello del mismo Jesús.
    Sentado en lujoso trono, y rodeado de una corte deslumbrante, pero como él, corrompida, manda que le lleven a Jesús. Los soldados, obedientes a su soberano cogen brutalmente a Jesús, y le ponen de pie en medio de la asamblea. Entonces el rey, queriendo dar un espectáculo interesante a sus cortesanos, se dirige al acusado, y le hace muchas preguntas, pensando sin duda, que Jesús para librarse del castigo y de la muerte, haría en presencia de todos, uno de aquellos estupendos prodigios, que de Él pregonaban las gentes. Pero en actitud noble y augusta guardaba silencio.
    Herido Herodes en su amor propio, y tomando como un desprecio el silencio del acusado, le hace muchas preguntas; y Jesús continúa callado.
    ¿Por qué esta conducta de Jesús? El que había contestado a las preguntas del Pontífice y al insulto del criado… ¿Cómo no responde al rey Herodes? Es que el corazón impúdico de este príncipe lleno de maldad y de soberbia, no merecía oír la voz dulce y divina del Dios de toda pureza y santidad.
    Un rey materializado enteramente, y entregado a las pasiones más degradantes… no podía recibir en sí la gracia del Cielo… ¡Que aprendan los deshonestos! Mientras se revuelven en su vida de cieno… que renuncien a oír la voz de Jesús…; y como el rey Herodes serán rechazados por el Dios puro y Santo.
    Herodes entonces, con todos los de su séquito, lo despreció; y para burlarse de Él, lo hizo vestir ropa blanca, (Lc.22). La vestidura blanca entre los judíos era para significar locura y estupidez: de modo que al ponérsela a Jesús, fue para decir a toda la ciudad y al mundo entero, que aquel Profeta que las gentes tenían por un ser extraordinario bajado del cielo…, no era otra cosa que un loco y un estúpido.
    Y así escribe S. Buenaventura: “Lo despreció como a impotente porque no hizo milagros: como a ignorante porque no respondió palabra; y como a estúpido porque no se defendió”.
    ¡Oh alma mía! Bien puedes exclamar aquí con S. Alfonso: ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh Verbo divino! Sólo os faltaba la ignominia de pasar por loco y falto de razón. En efecto, ¿Por ventura no eres Tú la Sabiduría increada? ¿No eres Tú la fuente inagotable de toda verdadera ciencia? ¿No lo has demostrado bien a las claras durante los tres años de tu admirable apostolado? ¿No diste una prueba de ello cuando a la edad de doce años confundías a los Doctores de la Ley, explicando las Escrituras con una perfección nunca vista?
    Pues ¿Por qué permites ahora que te tenga por loco y estúpido? ¡Oh! ya lo entiendo.
    El deseo que te abrasa de padecer por mi salvación, te obliga a pasar por esa ignominiosa afrenta. Sólo un Dios puede abatirse hasta ese punto.
    Este paso de vida es una prueba manifiesta de tu divinidad. Mas no porque seas Dios… dejas de sentir tan horrenda humillación.
    Y lo peor, Jesús mío, es que no han terminado para Ti los desprecios y las afrentas… También hoy los cristianos te visten de blanco, y te tienen por loco y estúpido.
    Cuando desprecian y desechan tus doctrinas; cuando se ríen de tus sacramentos y de los milagros que obras en las almas cuando cierran los oídos a la voz de tus ministros ¿Qué otra cosa hacen sino decirte con hechos… que eres ignorante y necio, un ser sin razón… que no sabes lo que mandas? ¡Oh Dios mío! ¡Cuántas afrentas recibes cada día de tus mismos cristianos…! Como Herodes te visten con la túnica de los locos, para pasearte por el mundo, como si fueras un ignorante y un fatuo.
    ¡Pobre Jesús! ¡Qué de afrentas sufriste delante de Herodes… y cuántas más estás sufriendo recibidas en tu propia casa, en tu Iglesia, en medio de tus mismos hijos, los católicos…!
    ¡Oh Señor de los Afligidos! en tu rostro apenado, descubierto yo la angustia de tu humillado corazón. Y tú misma, alma mía, has contribuido a aumentar esos tormentos de Jesús cuando no has querido seguir sus santísimos consejos… no someter tu razón a la moral purísima enseñada por tu amante Redentor… ¡Perdón, Jesús mío!, no me niegues tu voz como a Herodes: háblame, que mi alma escucha, y quiere siempre obedecerte.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Triste y pavoroso es para una familia ver al jefe de ella próximo a la muerte. Una esposa y unos hijos que quedan en este mundo sin amparo, expuestos siempre a las mil vicisitudes y cambios de la vida… Tal era el estado de un hogar cristiano, donde el esposo y padre se veía a las puertas de la eternidad, consumido por la fiebre, complicada con terrible pulmonía.
    La hora última se acercaba por momentos; se habían agotado todos los medios para salvar al enfermo; pero inútil; no había esperanza en lo humano. Y llena de angustia la familia se dirige al cielo con fervorosas plegarias, pidiendo la salud del amado paciente. Suplican al Señor de los Afligidos que se apiade de ellos en tan grande angustia, y no permita que queden una esposa y unos hijos sin apoyo en este mundo. El enfermo lleno igualmente de ardiente y viva fe, se encomienda al compasivo Jesús y luego la fiebre comienza a ceder, y a desaparecer la pulmonía, quedando fuera de todo peligro.
    En poco tiempo, todo cambia en aquel hogar volvió la alegría, y juntos fueron a darle gracias al Señor de los Afligidos.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 4º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA FLAGELACIÓN
    Consideración.
    “Tomó entonces Pilatos a Jesús y mandó azotarle” (Jn. 19,1).
    Entra alma mía, en el Pretorio de Pilatos, para asistir a una de las escenas más terribles y sangrientas que refieren las historias de los pueblos. Los ejecutores de tan bárbaro suplicio son: un gobernador pagano que ordena la flagelación, como unos sesenta soldados robustos y sin conciencia que lo ejecutan, y una víctima inocente se ofrece voluntariamente, y no abre su boca para quejarse.
    ¿Conoces a esa Víctima? Es tu Jesús, el Señor de los Afligidos. Mírale en medio de aquella soldadesca libertina y soez… le despojan ignominiosamente de sus vestidos, le atan las manos a una columna, y armándose de duros y nudosos látigos, dan principio a tan espantoso tormento.
    El chasquido de las cuerdas, el ruido de los golpes y el salpicar de la sangre que salta y riega el suelo, semeja una verdadera tempestad. Los brutales sayones no respetan nada a la sufrida víctima, golpean sus espaldas fuertemente y levantan pedazos de carne; hieren con furor su inocentísima cabeza; desgarran su rostro celestial y forman en sus brazos y piernas como arroyos de sangre; y todo el cuerpo de nuestro amante Redentor, queda tan atrozmente destrozado, que se le pueden contar todos sus huesos…
    Aquellos soldados viles sienten verdadera satisfacción en contribuir al suplicio del reo, y por lo mismo se suceden unos a otros, y descargan en la indefensa víctima más de cinco mil azotes, según una revelación, hasta que fatigados sus brazos, y viendo el suelo convertido en un charco de sangre, y a Jesús casi muerto, cesaron su castigo cruel.
    ¡Oh corazón mío! ¿Cómo no desfalleces de dolor al contemplar este atroz suplicio de tu buen Jesús? ¡Ángeles de la gloria! ¿Dónde estáis? ¿Por qué no venís al Pretorio, y quitando las cuerdas que atan las manos de vuestro Rey, sujetáis con ellas a los bárbaros verdugos, que tan cruelmente le martirizan?
    ¡Oh Virgen Purísima y madre de la inocente víctima! ¿Dónde estás, que no corres presurosa a detener los golpes de los soldados, y a cubrir con tu manto maternal el cuerpo despedazado de tu Hijo del alma? ¡Oh Padre Eterno! ¿Por qué permites esa carnicería en el cuerpo inmaculado de tu Unigénito? ¡Oh soldados cruelísimos! ¿Por qué tratáis tan despiadadamente a Jesús? ¿No veis que es inocente, un santo, el Hijo de Dios? ¿Qué os ha hecho, miserables? ¡Jesús, amable! ¿Por qué consientes que así te traten? ¿No puedes con una sola de tus miradas confundir a esos miserables, y hacerles caer en el suelo sin sentido?
    Pero… ya entiendo… Quisiste someterte a ese castigo propio de los esclavos, y sufrir tan horrorosamente en tu cuerpo purísimo para expiar los infinitos pecados de impureza de los hombres… No fueron, no, los soldados los que así pusieron tu cuerpo, fueron y son las deshonestidades de la humanidad.
    La flagelación no ha terminado para Ti ¡Redentor amorosísimo! Yo veo a los cristianos lanzarse locos y sin freno en el lodazal inmundo de la impureza… la deshonestidad es su alimento y bebida; en ella se bañan todos los días: en eso piensan… para eso viven: sus corazones y sus cuerpos son como una mesa de vil materia putrefacta y asquerosa.
    Ellos y ellas no viven más que para el placer y el regalo… mientras que Tú sigues padeciendo martirios de muerte. Cada pecado de impureza es como un látigo con que te flagelan los pecadores deshonestos… y los verdugos de hoy no son sesenta, son muchos miles y millones… por eso no me extraña verte tan apenado en esta tu triste Imagen.
    ¡Oh cristianos, tan queridos de Jesús! No sigáis atormentado a vuestro Dios con pecados impuros. Contemplad al Señor de los Afligidos… ved cómo habéis puesto su inocente cuerpo… y dejad el vicio…. Sed honestos y puros. No ofendáis más a vuestro Padre. No hagáis el oficio de verdugos con vuestro tierno Redentor. ¿Qué os ha hecho para que así le maltratéis?
    Y tú, alma mía; ¿No tienes parte también en ese suplicio de Jesús? ¿No te dejas también arrastrar de la sensualidad y de pecados que avergüenzan? O por lo menos ¿No eres negligente en la guarda de tus sentidos y de tu cuerpo? ¿No eres libre en tus actos… en tus vestidos y adornos? ¿No expones tu corazón y tu cuerpo al peligro de pecar? Con tus inmodestias y libertades en el vestir… con tu poco recato en las palabras y miradas, has desgarrado el cuerpo de Jesús. ¡No más pecados! ¡No más libertades!
    ¡Señor de los Afligidos! Te compadezco… y lloro contigo el martirio que sufriste en tu cuerpo virginal, pero lloro mucho más los pecados impuros de las almas que fueron y son la causa de tu suplicio. Jesús mío, quiero consolarte, te doy gracias porque quisiste satisfacer tan generosamente por nuestros pecados… y en lo sucesivo no quiero hacerte sufrir más. Deseo conservar puro y casto mi cuerpo… y guardar mi corazón de toda impureza.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Un pobre padre de familia por más pasos que dio, no pudo conseguir trabajo de ninguna clase.
    Como es de suponer, la pena en aquella casa era muy grande; pues tenían que pasar por muchísimas privaciones.
    El padre se entristecía al ver a su esposa y a sus hijos sin lo necesario para la vida; y los hijos sentían verdadera aflicción al ver lo que sufría su buen padre.
    Viendo que en la tierra no hallaban amparo, llamaron a las puertas de la amable Providencia.
    Una hija de la familia, muy devota del Señor de los Afligidos, corrió llena de esperanza ante su bendita Imagen, y allí a sus pies, le expuso la situación crítica porque atravesaba en su casa, pidiendo a Jesús con toda sencillez, que diera trabajo a su pobre padre.
    Jesús, que no sabe desoír las súplicas de los cristianos, y mucho menos las que un hijo bueno hace por sus padres, a quienes ama, concedió lo que se le pedía. Aquel padre halló colocación, y su familia toda, muy agradecida al Señor de los Afligidos, celebró con júbilo indecible el favor recibido.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 5º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LAS ESPINAS
    Consideración.
    “Y los soldados formaron una corona de espinas entretejidas y se la pusieron en la cabeza” (Jn. 11)
    No satisfechos los soldados con el suplicio atroz por el que habían hecho pasar al pacientísimo Jesús, determinaron añadir nuevos y muy refinados géneros de martirio. Cogiendo nuevamente a Jesús, le llevaron a un lado del Pretorio y juntándose en derredor toda la guardia del gobernador romano, instigados por los judíos, y corrompidos por su dinero como escribe S. Juan Crisóstomo, hicieron sufrir a su pobre víctima nuevos indecibles tormentos.
    Despojándole de sus propios vestidos le echan sobre los hombros, a manera de manto real, un rojo y viejo trapo de deshilada púrpura…. Luego colocan en sus manos, a manera de cetro, una débil caña, y formando de un manojo de punzantes espinas, una especie de corona, se la ponen en la cabeza como a Rey. Y como no entra bien, hacen mucha fuerza sobre ella, hundiendo las espinas hasta perforar su dolorido cerebro.
    Considera, alma mía, este nuevo tormento de la coronación: fue ciertamente uno de los que más duramente afligieron al mismo Redentor; pues como escribió el piadoso autor Lanspergio, y lo trae mi Padre S. Alfonso en su libro sobre la Pasión, Cap. IX, las espinas atravesaron por todas partes la sagrada cabeza del Salvador, parte sensible al dolor por todo extremo, porque de la cabeza se extienden por el cuerpo los nervios, y a ella van a parar todas las sensaciones… además fue un tormento prolongadísimo, pues que llevó clavadas las espinas en la cabeza hasta su muerte; de modo que cada vez que le tocaban las espinas, se le renovaba todo el dolor. La sangre corre en tanta abundancia de las llagas abiertas por las espinas, que como fue revelado a Sta. Brígida, el rostro, los cabellos, los ojos y la barba de Jesús estaban bañados en sangre… y aquel rostro, en expresión de S. Buenaventura, ya no parecía el del Señor sino el de un hombre desollado.
    ¿Por qué, Jesús amantísimo, habéis querido padecer tan atroces martirios en vuestra santísima cabeza? ¡Ah! Sin duda para satisfacer a Dios por tantos pecados como los hombres cometen con sus malos pensamientos. ¿No es en efecto la cabeza, el asiento de tantísimos pensamientos como agitan a los mortales? Si esos pensamientos son buenos y puros, hacen del hombre un ángel, y lo levantan hasta el corazón mismo de Dios; mas si por el contrario son malos y sucios, convierten al hombre en demonio, y lo rebajan al estado de los más viles e inhumanos criminales.
    Esto es precisamente lo que ha pasado en el mundo. Los hombres por no sofocar luego en su cabeza los pensamientos depravados, que a cada momento se levantan como negras tempestades, se han entregado y entregan a toda clase de excesos y liviandades.
    ¿Cuál es el origen de tantas impurezas y deshonestidades, de tantas fornicaciones y adulterios? ¿De tantos inauditos pecados que llenan de horror y de vergüenza a la misma naturaleza? Los pensamientos consentidos y llevados a la práctica… ¿De dónde salen esas aguas negras y pestilentes, que formando ríos de repugnante cieno de inmoralidad, corren por la sociedad entera, arrastrando incontable número de almas? De la cabeza, donde brotan los malos pensamientos, que bajando luego al corazón lo corrompen y arruinan.
    Pues todos esos malísimos y sucios pensamientos, son los que en realidad atormentaron y atormentan la cabeza de nuestro benditísimo Redentor. Así lo afirma S. Agustín cuando escribe: ¿A qué acusar a las espinas, si fueron meros instrumentos de la Pasión de Cristo? Nuestros pecados, y sobre todo nuestros malos pensamientos, fueron las crueles espinas que traspasaron la cabeza de nuestro adorable Salvador. Y en cierta ocasión dijo el Señor a Sta. Teresa: “Que no le tuviera lástima por aquellas heridas, sino por las muchas que ahora le daban” (Relación 3)
    ¿Lo oís, cristiano? Vuestros pensamientos malos y consentidos son las espinas que atormentan la cabeza del buen Jesús ¿Y todavía diréis que no tienen importancia? ¿Y os atreveréis a mirarlos como una nadería y a jugar con ellos como si fuera un granito de arena? ¿Y tendréis conciencia para decir al confesor, que no han sido más que pensamientos… que no habéis ejecutado aquello que pensasteis…? Fijad vuestros ojos en el Señor de los Afligidos… ved cómo está su cabeza… y decid, si tenéis valor, que los malos pensamientos no tienen importancia alguna.
    Pero no acuses a los demás, alma mía, entra en ti misma, y cuenta, si puedes, las espinas que durante tu vida has clavado en la frente purísima de tu amante Jesús ¡Cuántas veces sola o acompañada, en casa o por las calles, y hasta en el mismo templo… pero sobre todo en esas lecturas, reuniones, y espectáculos inmorales… has tenido malos pensamientos…! ¿Y qué has hecho con ellos? En vez de arrojarlos, llegan a ti como chispas que abrasan, te has recreado en ellos, los has admitido… siendo causa de que el corazón deseara cosas prohibidas.
    ¿No lo crees así? Mira al Señor de los Afligidos…
    Él lo sabe, los conoce muy bien, los está viendo y contando con su mirada escrutadora.
    Sí, Jesús mío, lo confieso humildemente soy culpable a tus divinos ojos, yo he atormentado tu cabeza con mis malos pensamientos. Perdóname, mi arrepentimiento sincero arrancará de tu frente las espinas punzantes que antes te clavé… Quiero desechar siempre los malos pensamientos: antes morir mil veces que volver a consentir en ellos.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Duros son los golpes que la enfermedad descarga sobre nuestro cuerpo; pero para una alma buena que suspira por la unión con su Dios, y desea verse libre de todas aquellas imágenes que pueden manchar su espíritu, son más duros todavía los golpes de la mala tentación.
    Tal sucedía con una joven a quien un feo pensamiento traía media trastornada. Durante varios días no la dejaba descansar un solo instante. De día y de noche y a todas horas el pensamiento la torturaba cruelmente, y su corazón creía desfallecer.
    La idea de que podría ofender a su Dios, era para ella un verdadero martirio. Acudía a todos los medios para apartar esa imaginación; pero el demonio luchaba fuertemente para ver de ganarla y hacerla consentir.
    En medio de esa reñida batalla con el inferno, la honesta joven se acordó del Señor de los Afligidos, y durante tres días fue a rezar ante la milagrosa imagen, apoyando su frente en el pie de Jesús. Y ¡Oh prodigio! El pensamiento desapareció como por encanto, y la paz y la alegría volvieron a reinar en aquella alma, que llena de gratitud, no se cansaba de celebrar las maravillas de su buen Jesús.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 6º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LAS BURLAS.
    Consideración.
    “Con la rodilla hincada en la tierra le escarnecían diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos. Y escupiéndole tomaban la caña y le herían en la cabeza” (Mt. 27,29)
    Ansía el soberbio más y más honores y honra. Así por el contrario nuestro amante Salvador suspira ardientemente por los desprecios y afrentas; y pareciéndole poco lo que ha sufrido en la flagelación y coronación de espinas, permite a los soldados que se burlen de Él, durante aquellas horas de mortal suplicio.
    ¿Quién podrá conocer todas las burlas y escarnios que a Jesús hicieron los soldados de Pilatos? Sólo el día del Juicio, ha escrito un autor, se sabrán los horrendos atropellos cometidos contra el Redentor, dentro del tenebroso e infernal pretorio.
    Siendo hombres groseros, llenos de vicios y sin entrañas… ¿Qué se podía esperar de ellos a favor de Jesús? Lo más natural era, que al verle tan bárbaramente maltratado se sintieran movidos a piedad, procurando aliviar un poco su tormento… pero no fue así.
    Al ver a nuestro buen Jesús vestido con aquel trapo, la corona de espinas sobre la cabeza, y la caña en las manos, le obligaron a sentarse sobre una dura piedra…; y haciendo de Él un rey de teatro, comenzaron a divertirse con su víctima.
    Con la rodilla hincada en la tierra, le escarnecían diciendo: “Dios te Salve, Rey de los Judíos”, y escupiéndole en el rostro tomaban la caña y le herían en la cabeza, y le daban de bofetadas.
    ¡Oh, qué martirio tan cruel estás padeciendo, amorosísimo Jesús! No hay en medio de esa escena, una sola alma amiga que te compadezca y llore contigo… Todos los que te rodean son corazones crueles, lobos rapaces que se ceban en tu rostro purísimo, monstruos del infierno, azuzados por el mismo demonio para hacerte sufrir infinitamente. Si en aquel momento, diré con mi Padre S. Alfonso, hubiera alguien pasado allí y se hubiera detenido a mirar a Cristo derramando sangre, cubierto con aquel andrajo de color púrpura, con aquel cetro en la mano, y con aquel género de corona en la cabeza, escarnecido y maltratado por aquella vil canalla, ¿No le hubieran tomado por el hombre más criminal y despreciable del mundo? (Med. Sobre la Pas. C. IX). Y sin embargo el que así padece es el Dios Santo, el Hijo de la Virgen. ¡Oh corazón mío! ¿No te partes de dolor al ver lo que está pasando a tu Padre y Redentor? ¿No ves como aquellos miserables después de haberle convertido en un juguete de irrisión, llenan su purísimo rostro de inmundas y asquerosas salivas, le dan millares de bofetadas, golpean brutalmente la corona, hundiéndole más las espinas, renovando nuevamente su martirio, y luego lanzando soeces carcajadas le llamaban a coro, Rey de los Judíos? ¿Qué dices de todo esto, corazón mío? ¿Qué sientes a la vista de tu Jesús ultrajado? ¡Ay! No puedo hablar… las lágrimas acuden a mis ojos y la amargura invade mi ser… ¡Pobre Jesús mío! La vista de tu Imagen me recuerda lo que pasaste en el Pretorio… y mi alma desfallece de dolor.
    ¿Qué clase de tormento es ese que estás sufriendo? Pero oigo que me dices con suspiros de angustia: “Son las almas mundanas y corrompidas las que así continúan jugándome; y como los soldados del pretorio, se burlan a diario de mí, que soy su Dios”.
    También hoy como entonces, me han tomado como a Rey de Teatro… con sus modas indecentes y criminales, echan sobre mis hombros un trapo viejo y humillante de irrisión; con sus pensamientos impuros y deshonestos tejen horrorosa corona de espinas que ciñen a mis sienes veneradas; cubren mis ojos con sus miradas lascivas y de fango, y colocando en mis manos la caña del desprecio, me pasean por las calles y plazas; me llevan a los centros del vicio y del placer. Y en todas partes se burlan vilmente de mí, me arrojan al rostro los salivazos de sus liviandades y atrevimientos de sus pecados, pensados, consentidos y muchas veces ejecutados… y mientras se revuelcan en el lodazal inmundo del más refinado sensualismo, me abofetean, me ridiculizan, y coreando a los miserables verdugos del Pretorio, exclaman: “¡Dios te salve, Rey de los Judíos!”
    Piensan los insensatos que no veo de dónde vienen los golpes…. Sí que lo sé, conozco sus nombres… y ¡ay! de esas almas cuando llegue el día del mi tremenda justicia… Cada cine y teatro, cada espectáculo y centro de inmoralidad, es para mí un nuevo Pretorio…. Pero ya llegará la hora de tomar venganza… ¡y desventuradas las almas que caigan bajo el peso de mi terrible indignación…!
    Yo comprendo ahora, Señor de los Afligidos, porqué tu rostro está tan triste y apenado. El mundo actual se halla convertido en centro de maldad, las almas en su inmensa mayoría, no viven más que para los sentidos, para los espectáculos inmorales… convirtiéndote a Ti, Jesús bueno, en triste Rey de eternas burlas…
    También yo hasta hoy he formado parte de tus verdugos; pero yo estoy arrepentido y quiero mudar de vida. No quiero hacerte Rey de burlas… sino Rey muy amado de mi corazón. Me arrepiento de todos mis pecados… perdónamelos, Jesús querido y ayúdame a serte fiel.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    El hogar cristiano, bendecido por Dios y santificado por la Iglesia, es como un Paraíso en la tierra, donde la gracia y felicidad del cielo caen a manera de misteriosa lluvia, que todo lo fertiliza y hermosea. Los esposos unidos por los lazos benditos del Sacramento, y los hijos vivificados por las palabras y ejemplos de los padres, forman un conjunto tan admirable y sublime, que muy bien se puede repetir sobre ellos las palabras que Dios ponía como rúbrica a todas las obras de la Creación: Y vio Dios que lo hecho era bueno. (Gen, 1)
    Pero no obstante la virtud, la paz, el amor y la felicidad de esos cristianos hogares, hay horas en que el cielo se oscurece, se enturbia la dicha y una tempestad de amargura amenaza a todos los miembros de la familia. Eso pasaba con una casa cristiana, en la que un asunto de familia, muy difícil de arreglarse, vino a cortar la felicidad y a secar la dulce y santa alegría que allí reinaba. Se acudió a las personas e influencias, se probaron todos los medios; pero no se veía solución alguna, y en cambio la familia iba cayendo en una tristeza y en un terrible abatimiento.
    En tal angustia e incertidumbre, se acordaron de que solamente Dios podía remediar sus males y solucionar el asunto. Y así fue que se le encomendaron al Señor de los Afligidos, a quien tenían mucha devoción. Jesús que no sólo atiende a las necesidades del alma y del cuerpo, sino también las necesidades materiales, tuvo compasión de ese hogar cristiano… arregló el asunto favorablemente y devolvió a toda la familia la felicidad perdida.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 7º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    EL ECCE HOMO.
    Consideración.
    “Ved aquí al hombre”. (Jn. 19,4)
    Era la mañana del viernes, y el sol cruzaba los espacios envolviendo con su luz montes y valles, cuando de todas partes de Jerusalén corrían como desaladas las gentes hacia la extensa plaza que se halla situada frente al palacio del gobernador romano.
    ¿Qué iba a suceder en aquel lugar? Pilatos iba a decidir la suerte del gran Profeta de Nazaret; y temiendo los fariseos que le dejara en libertad, después de haberle declarado inocente, convocaron a todos los Judíos para que reunidos frente al palacio del Presidente, pidieran a gritos la muerte de Jesús.
    En efecto, llegado que hubo el momento crítico, Pilatos se acercó a Jesús, a quien los soldados habían dejado medio muerto, y tomándole de la mano, le sacó al balcón de su palacio y mostrándolo a la inmensa muchedumbre que llenaba la plaza, dijo así: “Ved aquí al hombre”. ¿Qué teméis? Miradle como está desangrado… apenas si se le conoce, con dificultades vivirá algunas horas. Por complaceros le mandé azotar, pues yo lo reconozco inocente y sin culpa… pero ved cómo lo han dejado los soldados.
    Pensó el gobernador romano que a la vista de tanta sangre y sufrimientos, los judíos se moverían a compasión pero fue todo lo contrario.
    Por eso, cuando Pilatos les preguntó: “¿Qué queréis que haga con vuestro Rey?”. Todo el pueblo lleno de fervor, y azuzado por los sacerdotes y fariseos que iban de una parte a otra, respondió: Que sea crucificado, ¿A vuestro Rey he de crucificar? Replicó Pilatos; y el pueblo contestó: No tenemos otro Rey que el César, que sea crucificado.
    Entonces el Presidente Romano, que quería a todo trance salvar a Jesús, porque no hallaba en Él causa de muerte, acudió a un medio que le pareció infalible.
    Se acordó de un terrible criminal que estaba en la cárcel, ladrón, asesino, facineroso, el terror de toda la comarca, y pensó que proponiendo la libertad de Jesús o Barrabás, todos naturalmente pedirían la muerte del segundo, y la libertad de Jesús. Pero se equivocó. Cuando Pilatos preguntó a los Judíos: ¿A quién queréis que ponga en libertad, a Jesús o a Barrabás? Hubo en el pueblo una especie de estremecimiento y vacilación… más instigado por sus jefes, prorrumpió en un grito ensordecedor: “a Barrabás; queremos a Barrabás, y Jesús que sea crucificado”.
    Y el débil e inicuo Presidente lavándose las manos, como si eso le librara del horrendo crimen que cometía, condenó a Jesús a muerte de cruz.
    ¡Oh qué cuadro tan emocionante y desgarrador…! ¿Qué sentiste entonces, Jesús mío del alma? Propuesto, ¡Condenado a muerte ignominiosa de cruz, por un hombre pagano! Y oyendo la gritería infernal de todo un pueblo que pedía tu crucifixión… ¿No era ese mismo pueblo el que pocos días antes te había recibido con ramos y palmas, y entre vítores y cantos de júbilo, cuando decían: Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en el nombre del Señor”? ¿Por qué ahora piden la libertad de Barrabás, y desean para Ti la ignominia del Calvario? Muchos de los que ahora piden tu muerte ¿No son de aquellos que milagrosamente alimentas en el desierto… de aquellos que curaste amorosamente de sus enfermedades y que te seguían a todas partes celebrando tus obras portentosas… y bendiciendo a Dios por tan estupendas maravillas…? ¿Cómo piden hoy para Ti un suplicio, propio de los más grandes malhechores? ¡Oh dulce Redentor mío! ¡Qué caro te cuesta el deseo de salvar nuestras pobrecitas almas!
    ¿No hacen hoy también eso mismo los cristianos? Cada vez que el demonio les propone un placer, una vil satisfacción, una diversión inmoral, renuncian a tu amor, a tu persona, para abrazarse con el pecado, y gritar como los judíos: No queremos a Jesús, queremos la satisfacción grosera de los sentidos; muera Jesús en nuestros corazones, y entren en ellos el vicio y el pecado…
    Quizás por la mañana le reciben con palmas y aclamaciones en Santa Comunión y poco después en cines y teatros, en bailes y otros espectáculos deshonestos, lo condenan a muerte cruelísima en el triste calvario de sus negros corazones. Quizás en el templo, con cierta modestia aparente y fingida en sus vestidos y ademanes… dicen a Jesús que le quieren mucho, que le aman con pasión; y luego, fuera del lugar santo, se entregan a una moda provocativa e indecente, pidiendo con esa conducta pagana la muerte de su Salvador.
    ¡Oh Señor de los Afligidos! esa es la historia real de las almas, esa es la conducta que observan contigo los que se llaman tus cristianos. Delante de tu Imagen rezan, prometen muchas cosas, parece que te tienen lástima, y a las pocas horas ya te traicionan y condenan a muerte, haciéndote sufrir suplicios atroces.
    ¡Alma mía! ¿No has hecho tú eso mismo con Jesús? ¿No has preferido el pecado al amor de Jesús? ¿No has entregado tu corazón y tu cuerpo a las vanidades del mundo… proporcionando con tu mala conducta dolores acerbísimos a tu amante Redentor?
    Sí, Señor de los Afligidos… confieso mis culpas y las detesto. No quiero ofenderte más en adelante. Quiero contemplar tu Imagen con cariño y llevarla grabada en mi débil corazón, para amarte toda la vida.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Siempre se ha mirado la cárcel con espanto, y como lugar de castigo y de ignominia para los que allí son recluidos por orden de la autoridad.
    Es cierto que muchas veces, aun los inocentes tienen que ir a parar en ella; pero aunque inocentes, siempre consideran como una deshonra estar, siquiera no sea más que unas horas, en los calabozos de la prisión. Sólo cuando se trata de defender su Santa Religión es una gloria verse encarcelado por Dios…
    ¿Qué sentiría una pobre esposa cuando supo que a su marido le habían encerrado en la cárcel por delitos que jamás él había cometido? Con el corazón partido de dolor y llevando en su rostro el sello de la vergüenza, no obstante la inocencia del preso, fue a encomendar el asunto al Señor de los Afligidos, pensando como cristiana que Nuestro Señor le había de atender seguramente.
    Y así fue; Jesús que no quiso librarse de los cordeles que sujetaron sus manos, ni del Pretorio, ni de la muerte de cruz…quiso consolar a una esposa afligida, dejando libre de la prisión a su inocente esposo.
    Tan fervorosa y llena de confianza hubo de ser la oración de la suplicante, que a los pocos días salió su esposo de la cárcel, después de haberse comprobado su inocencia.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 8º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA CALLE DE LA AMARGURA.
    Consideración.
    “Y llevando Él mismo a cuestas su cruz, fue andando hacia el lugar llamado Calvario”. (Jn. 19,17)
    Luego que los judíos oyeron la sentencia definitiva de Pilatos, condenando a Jesús a ser crucificado, le cogieron por la fuerza; pusieron sobre sus hombros una pesadísima cruz y colocándole en medio de dos malhechores salieron del Pretorio en dirección al Monte Calvario.
    Aquí debes considerar, alma mía, lo que sentiría Jesús al recorrer esas calles de la ciudad, y al ver los atropellos espantosos que contra su Divina Persona cometieron durante todo ese penosísimo trayecto. Se acordaría del Domingo de Ramos, cuando recorría esas mismas calles en medio del júbilo y los cánticos de bendición de ese mismo pueblo y que ahora lo acompaña con maldiciones y blasfemias…
    Repasaría en su pensamiento aquellas horas deliciosas en que se dirigía al templo de Jerusalén para asistir a las ceremonias de la ley, y tributar culto de adoración a su Eterno Padre… y al ver el cambio que acaba de obrarse en los habitantes…experimentaría verdaderas angustias de muerte…
    Todos los que ahora le rodean son enemigos…; los soldados y verdugos que le llevan custodiado como el más temible y vil facineroso; los príncipes de los sacerdotes y fariseos que le miran con desprecio y se burlan de sus tormentos y humillaciones; el pueblo todo que grita desaforado insultando al gran Profeta, y pidiendo que pronto sea levantado en la cruz. ¿Qué puede esperarse de ellos en este triste recorrido por la calle de la amargura?
    Verdaderamente, alma mía, fueron amargas para Jesús las horas que transcurrieron desde su salida del Pretorio hasta su llegada al Monte Calvario.
    Mírale medio desfallecido…; es tanta la sangre que ha derramado en la flagelación y tantas las heridas que cubren su cuerpo que sólo por un milagro de su omnipotencia, se mantiene en pie.
    Contempla con devoción el triste espectáculo que ofrece a tu vista el amante Redentor… coronado de punzantes espinas, con los vestidos empapados en su propia sangre, con el rostro cubierto de salivas y polvo, con un pesado madero sobre los hombros, cayendo muchas veces porque le faltan las fuerzas.
    Los verdugos, lejos de compadecerle, le insultan, le golpean, y tirando de la soga con que le llevan atado, le hacen levantar a fuerza de palos y empellones.
    En medio del camino, sus ojos, cubiertos por la sangre que corre de la frente, ven con dolor a su bendita Madre del alma; quiere abrazarla, pero los verdugos se lo impiden, y ese encuentro con la Virgen pura lejos de ser un alivio para su corazón de Hijo, fue una espada terrible que destrozó su alma atribulada.
    En su derredor no oyó más que gritos de rabia, imprecaciones, insultos y amenazas…y sus ojos sólo ven caras enemigas y manos que se levantan airadas contra Él. Así fue llegando medio muerto a la cumbre del pavoroso Gólgota…
    Y ¿Por qué, amante Salvador mío, quieres sufrir tan atroces suplicios? “Por tu amor, para salvarme”. ¡Gracias, Jesús de mi vida…! Yo hubiera querido acompañarte en aquel camino al Calvario, para alegrar y suavizar tus penas, y ayudarte a llevar la Cruz. ¿Sí?, pues todavía estás a tiempo, alma querida, porque has de saber que aún no ha terminado mi calle de la amargura. Los cristianos de hoy me hacen recorrer un camino muy difícil y lleno de tormento. Los pecados de indiferencia, de desprecio y desobediencia a mis santos mandamientos; las inmodestias e inmoralidades… las profanaciones y blasfemias, las persecuciones y odios con que se ataca a mi Iglesia y a mis sacerdotes, son para mi corazón más pesados que la cruz que llevé sobre mis hombros llagados… ya llevo veinte siglos recorriendo esta calle de amargura, sin un alivio, sin un consuelo, siempre maltratado por mis eternos enemigos, pero como en estos tiempos, nunca.
    Y lo que más me parte de pena el corazón, es, que los que hoy me arrastran y me desprecian, y me hacen más doloroso mi camino, son mis propios hijos, mis cristianos.
    ¿No ves cómo en estos días de aflicción y de angustias para mí, en que voy regando las calles con mi sangre y con mis lágrimas… ellos, los hijos de mi corazón, gozan, se entregan a toda suerte de pasatiempos, sin importarles nada la persecución contra la Iglesia, los insultos y blasfemias contra Dios?
    Es cierto, Señor de los Afligidos, desde esa tu angustiosa Imagen, me estás diciendo el martirio que padece tu bendita alma: buscas consuelo en tus hijos, y estos se hacen sordos a tus gemidos.
    Perdóname, Jesús bueno, si hasta el presente yo también fui causa de tus grandes sufrimientos. Desde ahora prometo cambiar de vida. Deseo acompañar a mi Redentor en su camino de dolor.
    Quiero vivir siempre a tu lado, mezclando mis penas con las tuyas; llorando contigo los extravíos de los malos cristianos… y purificando mi conciencia de los muchos pecados que sin duda entristecen tu corazón sagrado: Jesús mío, te amo…
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Una pobre madre veía llena de angustia y de dolor, que su hijo se moría por momentos, atacado de gravísima y violenta congestión, y sin hallar alivio en los remedios que se le aplicaron, tuvo que resignarse a verle morir. Pero el amor de una madre no se resigna tan fácilmente a perder un ser tan querido.
    Por eso, viendo que el caso era de suma gravedad, y que en unos pocos instantes podía quedar privada de la vista y el amparo de su hijo, acudió a la oración, que es el imán más fuerte y poderoso para atraer hacia nuestras miserias, al corazón compasivo de Jesús. Puede ser que esa madre se acordara de cuanto Jesucristo, conmovido a la vista de las lágrimas de la viuda de Naím, le devolvió a su hijo que llevaban a enterrar, y debió sacar esta conclusión: si para consolar a una triste madre, hizo el milagro estupendo de resucitar al cadáver de su hijo… ¿No hará también hoy otro prodigio devolviendo la salud a mi hijo agonizante? Y llena de cristina fe, corre a las plantas del Señor de los Afligidos, le cuenta las angustias y deseos de su alma, y se retira en la seguridad de que ha sido favorablemente escuchada. En efecto; el hijo cambió en su momento; comenzó una tan franca y rápida mejoría, que en muy poco tiempo quedó perfectamente bien.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 9º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA CRUZ.
    Consideración.
    “Taladraron mis manos y mis pies y contaron todos mis huesos”. (Salm. 21,17)
    Cuando llegaron a la cumbre del monte Calvario, despojan a Jesús de sus vestidos, le tienden sobre el madero de la cruz y clavando en él sus pies y manos lo levantan en alto a vista de todo el pueblo, que allí se había congregado para presenciar el martirio cruelísimo del gran Profeta de Nazaret. Medita tiernamente y compadece, al alma mía, a tu Jesús, que pendiente de tres gruesos clavos sufre los horrores de la crucifixión.
    Pero más que en sus dolores físicos, te vas a fijar en lo que sufrió su alma benditísima durante aquellas tres horas de agonía. Más que los tormentos del cuerpo, le martirizaba la negra ingratitud de las almas, que había venido a librar de la muerte, del pecado y del infierno.
    Los ojos del buen Jesús aunque cubiertos de sangre, debieron abrirse para mirar la tierra sembrada de misericordias divinas. Desde lo alto de la cruz, nuestro amorosísimo Redentor, vería la casita de Nazaret donde por primera se presentó al mundo en el seno virginal de su augusta Madre; la ciudad de Belén donde quiso nacer pobremente en desmantelada gruta, el templo de Jerusalén donde se ofreció como Hostia al Eterno Padre; el taller donde trabajó hasta los 30 años; las campanitas y aldeas de Judea, Galilea y Samaria donde predicó su divino Evangelio; el lago del Genesaret donde obró los milagros estupendos; el desierto con la multiplicación de los panes; los campos y pueblos, testigos de innumerables curaciones; los enfermos sanados por la virtud de su mano omnipotente; el cenáculo donde realizó la maravilla estupenda de la Eucaristía; el Huerto de los Olivos con sus notas de tristeza; la ciudad de Jerusalén con su templo magnífico, con sus palacios suntuosos y anchurosas calles: en fin, vería todo el camino recorrido desde su entrada en el mundo hasta su muerte, sembrado de gracias, de misericordias y de prodigios a favor de la humanidad…; y ese conjunto de recuerdos debió de proporcionar a su delicado espíritu angustias infinitas de amargura.
    ¿Qué había conseguido con su vida de sacrificios? Desprecios, insultos. ¿Qué le había dado las almas como recompensa de tantos trabajos? Persecuciones, blasfemias, bofetadas, espinas, clavos, cruz.
    ¿Dónde estaban sus Apóstoles, sus amigos y admiradores? Le habían abandonado. ¿Dónde estaban los enfermos curados, las muchedumbres que le siguieran entusiasmadas por las campiñas y aldeas? ¿Dónde los habitantes de Jerusalén que le recibieran en triunfo el Domingo de Ramos? Se habían cambiado en enemigos despiadados, que gritan contra Él, y le insultan aún después de crucificado.
    ¿Quién podría comprender la aflicción espantosa del corazón de Nuestro Salvador durante las tres horas de agonía? ¡Oh, Jerusalén ingrata…! ¿Así pagas a tu Jesús su vida sacrificada por tu bien?… Pero no sólo lo que entonces hacían con Él los hombres, era lo que traspasaba de tristeza su alma, sino también la ingratitud que en el correr de los tiempos, había de recibir de la mayor parte de los cristianos.
    Su mirada de Dios penetró a través de los siglos, en todos los pueblos de la tierra y vio aterrado las profanaciones, las burlas, los desprecios, las indiferencias, los pecados y libertades de tantísimos cristianos… después de dejarles como prenda de amor su Iglesia, sus Sacramentos y Sacerdotes, y a su Madre Santísima… y toda esa negra ingratitud fue más que los clavos y las espinas, la que acabó con su vida preciosísima en el árbol de la cruz. Siendo como es Jesús tan tierno y agradecido, cómo no ha de sentir la ingratitud de los cristianos, de su pueblo predilecto.
    ¡Oh, Señor de los Afligidos! con tu actitud triste y meditabunda paréceme que desde esa bendita Imagen estás contando por un lado los beneficios que has hecho y haces a las almas; y por otra parte las ingratitudes que a cada instante recibes de tus hijos… ¡Qué triste ha de ser para Ti, Jesús amorosísimo, el estado de la actual sociedad! El mundo en su inmensa mayoría, es enemigo tuyo: los cristianos en vez de mostrarse reconocidos y obsequiosos por las grandes e infinitas misericordias que les haces… te desprecian, te miran con indiferencia, pisotean tu voluntad, quebrantan tu Santa Ley, y te crucifican a cada momento con sus enormes y numerosos pecados.
    ¡Oh, almas ingratas! ¡Qué mal pagáis a vuestro Dios el amor que os ha tenido…! Fijad vuestros ojos, siquiera por unos instantes, en el Señor de los Afligidos, y ved su infinito dolor… y sabed que se lo causa vuestra increíble ingratitud. No le ofendáis más, que bastante sufrió en el monte Calvario. No le crucifiquéis de nuevo.
    Al menos tú, alma mía, no seas ingrata con tu Jesús. Cuenta, si puedes, los beneficios que te han hecho, y págaselos con gratitud y amor. Sí, Jesús de mi vida, yo te quiero amar; y sí he sido muy ingrato contigo y me arrepiento, y lloro mi maldad.
    Desde ahora quiero desagraviarte por tantos ingratos, y consumir mi vida toda en servirte con fidelidad, y amarte con todas mis fuerzas. Esa tu bendita Imagen, la llevaré grabada en mi corazón, y la tendré siempre ante mis ojos, para amarte siempre, siempre.
    Tuyo en la vida, tuyo en la muerte, por toda la eternidad.
    Virgen del Perpetuo Socorro, Madre de mi corazón, guárdame siempre en tus brazos junto a mi hermano Jesús.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Bien sabe todo el mundo lo que es y siente el corazón de una madre. La misma naturaleza ha depositado en las madres una cantidad tan grande de amor hacia sus hijos, que por muchos que éstos sean, no disminuye en nada su intensidad: es como la luz del sol que todo lo vivifica con sus rayos bienhechores.
    Pero es cierto también, que cuando uno de sus hijos vive ausente, el corazón maternal vuela al lado de ese ser querido, en él piensa, por él suspira, y si sucede que pasa mucho tiempo sin tener noticias de su vida… entonces la pobre madre pierde el sueño y el apetito, mientras su alma se parte de angustia.
    Esta era la situación de una pobre madre, cuyo hijo se hallaba ausente desde hacía varios años, y sin tener noticia alguna de él.
    Unas veces pensaba si estaría enfermo, o si se habría muerto, y lo que era más triste, si se habría extraviado y enredado en una mala amistad, y otros pensamientos que le causaban un martirio cruel. En tan tremendas angustias, la cristiana madre se encomendó al Señor de los Afligidos, haciéndole varias promesas si recibía noticias de su hijo del alma.
    No pasaron muchos días, sin que Jesús cumpliera los deseos muy legítimos de esa piadosa cristiana; pues recibió carta de su hijo, dando noticias muy consoladoras, que llenaron de júbilo indecible el corazón de la buena y vigilante madre…
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.

  • Dio dice:

    NOVENA EN HONOR AL SEÑOR DE LOS AFLIGIDOS
    J.M.J.A.T.5

    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    ¡Señor mío Jesucristo, Padre de los Afligidos! Al postrarme hoy ante tu bendita imagen, siento verdadera pena y confusión al contemplar el estado lamentabilísimo en que te han puesto mis pecados…
    Esos ojos apagados por la tristeza, esa frente taladrada por las espinas, ese rostro regado por la sangre y cubierto de amargura, y todo tu cuerpo santísimo magullado y destrozado por los golpes… son como otras tantas voces tristes que me dicen al alma: “¡Hijo mío, mira tu obra; ve cómo has puesto a tu padre; éste es el fruto de tus pecados!”
    ¡Sí, Jesús querido, lo confieso humildemente, yo soy la causa de tus tormentos…yo he escrito en tu augusta frente con punzantes espinas ese título de Dolor! “Dios Afligido”
    Pero me pesa, Padre mío, siento partírseme el pecho de dolor y quisiera retirar esas espinas de tu frente, cerrar esas heridas de tu cuerpo y cubrir de felicidad ese rostro dolorido. ¡Perdón, Señor, perdón y misericordia! Si hasta hoy he sido un traidor, un hijo pródigo… heme aquí de veras arrepentido, dispuesto a enmendar mi pobre vida… y servirte con felicidad.
    Por eso quiero pasar a tu lado unos momentos meditando y rezando para alegrar tu angustiado corazón. Recíbeme, Jesús amante y dame la gracia de hacer con fruto esta Novena.
    ¡Madre mía del Perpetuo Socorro! Alégrate, que si hasta hoy fui ingrato con tu Jesús, desde ahora quiero amarle y servirle fielmente hasta la muerte. Acompáñame Virgen Santísima, en esta Novena a fin de que con ella consuele a mi afligido Jesús y haga bien a mi pobrecita alma…Amén.
    Día 1º.
    EL HUERTO
    Consideración.
    “con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado, y ¡qué angustia la mía hasta que se cumpla!” (Lc. 12,50).
    Estas sentidas palabras que Jesucristo pronunciara un día en presencia de sus amados discípulos, parece repetirlas hoy desde su bendita imagen. En efecto, yo veo al Señor de los Afligidos con la cabeza apoyada en su mano derecha, como recorriendo con la mirada y pensamiento las escenas todas de su dolorosísima Pasión.
    Acompáñale, alma mía, en ese triste recorrido. Es el primer cuadro que sus ojos se presenta, es el Huerto de los Olivos… ¡Oh, qué angustia de muerte le causará ese doloroso cuadro…! Mira, alma mía, lo que allí pasó Jesús; cae de rodillas y ora en presencia de su Padre Eterno, pero un fuerte y abundante sudor de sangre corre todo su cuerpo hasta regar la tierra…se asusta y exclama: “¡Padre mío, si es posible pase de mí este cáliz!” (Mat. 24,39). Es tan terrible la Pasión que se le prepara, que al fijarse en ella su pensamiento, grita lleno de amargura: “Triste está mi alma hasta la muerte”. (Mar. 14,34). Entre tanto los tres discípulos predilectos duermen sin preocuparse de lo que está pasando a su idolatrado maestro… ¡Pobre Jesús! Sufriendo El solo sin que nadie lo consuele…
    Mientras esto pasa en el interior de Getsemaní, Judas, el discípulo traidor, rodeado de una vil canalla, se acerca a aprehender a su Bienhechor. Jesús que nada ignora, sale a su encuentro; permite que el discípulo infiel le dé un beso de amigo y se entrega en manos de los soldados. Estos le prenden rabiosamente, atan con nudosos cordeles sus divinas manos, y locos con el triunfo alcanzado le cercan entre gritos y risotadas para conducirle a la presencia de los príncipes y sacerdotes que le han de condenar.
    Fíjate, alma cristiana, en las circunstancias de esa escena. Los discípulos de Jesús… ¿Dónde están? Huyeron llenos de miedo, abandonando cobardemente a su amorosísimo Maestro. ¿Qué sucedió con las promesas que le hicieron de ir con El hasta la muerte?
    ¡Oh, qué inconstante y tornadizo es el corazón de los hombres! ¡Qué pronto se olvidan de su deber para seguir los caprichos de la pasión!
    ¿Qué sentiste, Jesús mío, al verte así abandonado de tus íntimos amigos…solo y en medio de tantos enemigos que te odian y maltratan hasta sujetar tus bienhechoras manos con duras cuerdas? No eres tú un criminal para que así te atropellen…
    Aquí es el caso de exclamar con San Alfonso de Ligorio: ¡Pero, ¿Qué es lo que veo? Un Dios maniatado! Y ¿Por quién?, por unos gusanos de la tierra salidos de las manos del mismo Dios. Ángeles del Paraíso, ¿Qué decís? Y vos Jesús mío, ¿Cómo permitís que os aten las manos? ¡Oh, Rey de Reyes y Señor de los que dominan!, os diré como San Bernardo: ¿Qué tienen que ver las cuerdas de los esclavos y de los malhechores con Vos que sois el Santo de los Santos…?” San Alfonso, Medit. De la Paz, Cap. 7.
    Pero no, alma mía, no te indignes contra los discípulos que abandonaron a su Maestro ni contra Judas que lo traicionó por treinta monedas, ni contra los soldados que tan cruelmente lo maltratan… ¿No has hecho tú eso mismo con tu amante Jesús? ¡Cuántas veces le has dejado solo, abandonado… para seguir en pos de tus caprichos y vanidades…! ¡Cuántas otras le has hecho traición, entregándote villanamente en manos de tus pasiones e infidelidades…! ¿Cuántas más le has atando ignominiosamente las manos con los feos y duros cordeles de tus pecados…? ¿No te está diciendo esto el Señor de los Afligidos desde su dolorida imagen?
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Hallándose duramente afectada por una enfermedad pulmonar, cierta señorita de esta ciudad de Torreón, sintió verdadera mortal tristeza, cuando los doctores resolvieron que era necesaria una pronta operación.
    No quería someterse a esa desagradable y dolorosa prueba y por otra parte, tampoco quería morir sin antes haber empleado todos los recursos naturales. En su aflicción y angustias, se acordó del Señor de los Afligidos y de los que a él recurren.
    Le invocó llena de la más viva fe y con una gran esperanza de que sería escuchada, prometiendo visitarle en su Iglesia y tenerle toda la vida una extraordinaria y sincera devoción.
    El bondadoso Jesús no retardó el milagro; pues a los pocos días estaba curada la enferma sin necesidad de operación.
    Corona de compasión.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la agonía terrible de Getsemaní.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la traición de Judas.
    ¡Jesús bueno! Afligido por el abandono en que te dejaron tus discípulos.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los cordeles con que ataron tus benditas manos.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los insultos y desprecios de los tribunales.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la bofetada que te dio el criado del Pontífice.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la sangrienta y cruel flagelación.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la corona de espinas.
    ¡Jesús bueno! Afligido por las salivas y burlas de los soldados.
    ¡Jesús bueno! Afligido por los ultrajes en tu camino al calvario.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la terrible Pasión sufrida por nuestro amor.
    ¡Jesús bueno! Afligido por la ingratitud de los hombres.
    Te compadezco, Señor
    ¡Señor de los Afligidos! en mi pobreza.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis enfermedades.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis persecuciones.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis terribles tentaciones.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis tristezas.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis abandonos.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis lágrimas.
    ¡Señor de los Afligidos! en mis desconsuelos.
    ¡Señor de los Afligidos! en la pérdida de mis parientes y amigos.
    ¡Señor de los Afligidos! en todas las pruebas de la vida.
    ¡Señor de los Afligidos! en mi agonía.
    ¡Señor de los Afligidos! en medio de las penas del Purgatorio.
    Compadéceme, Señor.
    Oración final para todos los días.
    ¡Oh, Señor de los Afligidos! en cuyo corazón se congregaron todas las aguas del dolor… ¿Quién mejor que Tú sabes lo que es sufrir? Pasaste por los rigores de la pobreza; sentiste sobre Ti los golpes terribles de la humillación y la calumnia, la angustiosa prueba de Getsemaní, la traición de uno de tus discípulos, y el abandono en que te dejaron los demás… Los insultos, los golpes, los desprecios, las ingratitudes, las espinas, la cruz, la muerte… se desbordaron en tu espíritu a manera de torrente impetuoso, llenándote de aflicción.
    ¡Oh, Jesús de mi alma, después de haber sufrido tanto…qué bien has de saber compadecer a tus hijos…!
    Por eso acudo a Ti, Señor de los Afligidos. Tú que sabes lo que es sufrir pobreza ayúdame en mis necesidades y dame resignación cristiana. Tú que conoces lo que duelen las calumnias y persecuciones… da fuerza a mi corazón para que no desfallezca en estas pruebas de la vida…Tú que tanto compadeciste a las enfermedades y dolores del prójimo, mitiga mis dolores y cura mis enfermedades. Tú que sentiste tristeza hasta la muerte, consuela a mi espíritu en medio de sus tristezas y amarguras. Tú que sabes lo que cuesta practicar la virtud de la pureza, sostén mi corazón para que no sucumba en medio de tantas dificultades y tentaciones de la vida.
    En mis penas, en mis angustias, en mis necesidades… consuélame, ayúdame…
    Haz que te ame mucho, mucho, Jesús mío, que no viva más que para Ti; y que mi vida de sacrificio unida a la tuya, sea el camino seguro que me lleve al cielo.
    He aquí, Señor de los Afligidos, lo que lleno de una santa confianza te pido en esta santa Novena todo para tu gloria y provecho de mi alma. Dame tu santo amor y la santa perseverancia. No permitas que me separe de Ti: Quiero acompañarte siempre y consolarte en tu abandono, para que después de haber sido tu compañero en la aflicción, tenga la dicha de acompañarte en tu gloria del cielo.
    ¡María, Madre mía del alma! Hazme todo de Jesús, dame siempre su amor y tu hermosa perseverancia. Te quiero mucho, Madre mía, de ti lo espero todo. Así sea.
    JACULATORIA: ¡Oh Señor de los afligidos! Haz que tu Imagen santa viva siempre grabada en mi pobre corazón.

    Día 2º.
    LA BOFETADA
    Consideración.
    “A esta respuesta uno de los asistentes dio una bofetada a Jesús. ¿Así respondes al Pontífice?” (Jn. 17,22).
    Luego que Jesús fue reducido a prisión en el Huerto, los esbirros lo llevaron por las calles de Jerusalén, en medio de las negras sombras de la noche a la casa de Anás, y después al Palacio de Caifás que era sumo Pontífice aquel año.
    Este malvado Pontífice, hombre soberbio, y sin conciencia, sintió verdadera satisfacción de tener en su presencia al renombrado Profeta de Nazaret.
    Jesús había condenado repetidas veces con todas las energías de un Dios, los excesos e hipocresías de los fariseos y de los falsos Pastores de Israel, que engañaban y perdían miserablemente al pueblo fiel.
    Por eso al ver al humilde Nazareno atacado y despreciado por los soldados, Caifás se regocijó sobremanera y le despreció más. Hízole varias preguntas sobre sus discípulos, sobre la doctrina que había predicado y acerca de los estupendos milagros que de Él contaban las gentes. Pero a todas esas preguntas Jesús respondió humildemente: No he hablado en secreto, sino a la faz del mundo: y muchos de los que aquí están presentes pueden decir lo que yo he enseñado… (Jn. 18,20) ¿Podría hablar con más respeto y humildad nuestro amoroso Redentor? Sin embargo, al oír esta respuesta uno de los criados que allí estaba dio una tremenda bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al Pontífice? (Jn. 18,22)
    ¡Oh Cielos! Estremeceos… ¡Un Dios abofeteado por un hombrecillo miserable! ¡El rostro benditísimo de Jesús, espejo y alegría de los Ángeles, herido villanamente por una mano criminal! ¡Qué confusión! ¿Cómo no se desplomaron los cielos para aplastar al infame… o se abrió la tierra bajo sus pies para sepultarlo vivo en los infiernos? ¡Oh! es que Jesús quería abatir la soberbia de los hombres, sufriendo El una tan tremenda humillación a vista de toda aquella asamblea que aplaudió alborozada la insolencia del criado.
    ¿Piensas, alma mía, que el Pontífice castigaría la audacia de aquel servidor miserable? Nada de eso; por lo contrario aprueba aquella infame acción… y hasta quizá llegaría a recompensar la hazaña de aquel hombre sin conciencia. Así se vengaban los Príncipes y Sacerdotes de Israel del gran Profeta, que había descubierto y condenado sus vidas llenas de malicia y de pecado.
    Y el pacientísimo Jesús… ¿Qué respondió al sentirse herido y despreciado de una manera tan pública y humillante? ¿Piensas alma mía, que se indignó contra su ofensor y pidió al cielo para él un ejemplar castigo? De ninguna manera; volviendo hacia aquel hombre su rostro amoratado, le dirigió estas dulces palabras: “Si he hablado mal, muestra en qué; si no, ¿Por qué me hieres…?
    ¡Oh Redentor mío querido! Si a un rey poderoso de la tierra, cuando rodeado de su magnífica gloriosa corte, le diera en el rostro terrible bofetada uno de sus últimos vasallos… ¿No sería una humillación y una vergüenza…? ¿Pues, qué tienen que ver todos los reyes de este mundo con el gran Rey de los Cielos? Y sin embargo… acepta esta humillación y vergüenza para enseñarnos a ser humildes en todas las circunstancias de nuestra vida. ¡Oh Maestro mío!, ¡cuánto tengo que aprender de Ti!, Fija, alma mía, fija tus ojos en ese rostro del Señor de los Afligidos… y lo hallarás triste y apenado.
    ¿Por qué ¡Oh! y … cómo no ha de estar triste al ver a tantos cristianos que como el criado de Caifás le abofetean ignominiosamente con sus palabras y actos pecaminosos…? Porque Jesús les reprende a su mala conducta y les prohíbe la satisfacción de sus malas pasiones, le contestan mal y le hieren con vileza su amoroso semblante. ¡Oh ingratitud…!
    Y tú misma, alma mía, ¿No lo has hecho así muchas veces? Cuando Jesús te ha reprendido tus libertades con gritos de la conciencia, o por medio de los confesores… ¿No te has quejado amargamente, y hasta quizás has proferido palabras atrevidas? Pues todo ha sido como verdaderas bofetadas que descargaste sin piedad en el rostro bondadosísimo de tu buen Jesús. Por eso lo ves tan afligido.
    ¡Oh Redentor mío amadísimo! Por la afrenta que en el palacio de Caifás recibiste por mi amor, concédeme la humildad para que lleve sin quejarme todos los desprecios de las creaturas… Quiero ser humilde, porque sólo así agradaré a Dios, y conservaré puro y limpio mi pobre corazón. ¡Señor de los Afligidos! tengo pena de haber puesto así tu divino rostro con mi mala vida. En adelante no te ofenderé más. Te compadezco y te amo.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Cierta piadosa señora cayó enferma con una terrible erupción en la cara. El caso se presentaba muy grave y de fatales consecuencias para la interesada. Podía complicarse el mal, internarse a los ojos y los oídos y quedar completamente inutilizada pare el trabajo.
    Además era pobre y no contaba con los medios para llamar al médico, por lo que se sentía verdaderamente triste. Pero como era cristiana fervorosa, confió más en el Médico Divino que no cobra por curar a los enfermos y sólo pide fe y esperanza grandes, y por lo mismo se puso bajo el cuidado del Señor de los Afligidos. Le pidió ardientemente la curación, si así convenía para su gloria, y el divino amoroso Médico celestial que no rechaza los ruegos de sus hijos, ni puede ver sin conmoverse los males que padecen, la dejó enteramente curada pudiendo ganarse honradamente el necesario sustento para la vida.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 3º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA TÚNICA BLANCA
    Consideración.
    “Herodes… para burlarse de Él le hizo vestir ropa blanca…” (Lc. 23,11).
    Otra de las pruebas que afligieron grandemente al corazón del buen Jesús fue lo que pasó en el palacio del Rey Herodes. Hallábase este príncipe por aquellos días en la ciudad de Jerusalén, rodeado de toda la grandeza de su reino, cuando le presentaron al Profeta de Nazaret, acusado de seductor y engañador del pueblo.
    Herodes se felicitó de tener en su presencia al Profeta maravilloso de quien se contaban milagros inauditos. Y aunque como rey impúdico, corrompido y cruel, se burlaba de todos los preceptos de la Ley de todas las ceremonias religiosas, y hasta de los milagros del mismo Dios… quiso sin embargo, pasar un rato divertido, sirviéndose para ello del mismo Jesús.
    Sentado en lujoso trono, y rodeado de una corte deslumbrante, pero como él, corrompida, manda que le lleven a Jesús. Los soldados, obedientes a su soberano cogen brutalmente a Jesús, y le ponen de pie en medio de la asamblea. Entonces el rey, queriendo dar un espectáculo interesante a sus cortesanos, se dirige al acusado, y le hace muchas preguntas, pensando sin duda, que Jesús para librarse del castigo y de la muerte, haría en presencia de todos, uno de aquellos estupendos prodigios, que de Él pregonaban las gentes. Pero en actitud noble y augusta guardaba silencio.
    Herido Herodes en su amor propio, y tomando como un desprecio el silencio del acusado, le hace muchas preguntas; y Jesús continúa callado.
    ¿Por qué esta conducta de Jesús? El que había contestado a las preguntas del Pontífice y al insulto del criado… ¿Cómo no responde al rey Herodes? Es que el corazón impúdico de este príncipe lleno de maldad y de soberbia, no merecía oír la voz dulce y divina del Dios de toda pureza y santidad.
    Un rey materializado enteramente, y entregado a las pasiones más degradantes… no podía recibir en sí la gracia del Cielo… ¡Que aprendan los deshonestos! Mientras se revuelven en su vida de cieno… que renuncien a oír la voz de Jesús…; y como el rey Herodes serán rechazados por el Dios puro y Santo.
    Herodes entonces, con todos los de su séquito, lo despreció; y para burlarse de Él, lo hizo vestir ropa blanca, (Lc.22). La vestidura blanca entre los judíos era para significar locura y estupidez: de modo que al ponérsela a Jesús, fue para decir a toda la ciudad y al mundo entero, que aquel Profeta que las gentes tenían por un ser extraordinario bajado del cielo…, no era otra cosa que un loco y un estúpido.
    Y así escribe S. Buenaventura: “Lo despreció como a impotente porque no hizo milagros: como a ignorante porque no respondió palabra; y como a estúpido porque no se defendió”.
    ¡Oh alma mía! Bien puedes exclamar aquí con S. Alfonso: ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh Verbo divino! Sólo os faltaba la ignominia de pasar por loco y falto de razón. En efecto, ¿Por ventura no eres Tú la Sabiduría increada? ¿No eres Tú la fuente inagotable de toda verdadera ciencia? ¿No lo has demostrado bien a las claras durante los tres años de tu admirable apostolado? ¿No diste una prueba de ello cuando a la edad de doce años confundías a los Doctores de la Ley, explicando las Escrituras con una perfección nunca vista?
    Pues ¿Por qué permites ahora que te tenga por loco y estúpido? ¡Oh! ya lo entiendo.
    El deseo que te abrasa de padecer por mi salvación, te obliga a pasar por esa ignominiosa afrenta. Sólo un Dios puede abatirse hasta ese punto.
    Este paso de vida es una prueba manifiesta de tu divinidad. Mas no porque seas Dios… dejas de sentir tan horrenda humillación.
    Y lo peor, Jesús mío, es que no han terminado para Ti los desprecios y las afrentas… También hoy los cristianos te visten de blanco, y te tienen por loco y estúpido.
    Cuando desprecian y desechan tus doctrinas; cuando se ríen de tus sacramentos y de los milagros que obras en las almas cuando cierran los oídos a la voz de tus ministros ¿Qué otra cosa hacen sino decirte con hechos… que eres ignorante y necio, un ser sin razón… que no sabes lo que mandas? ¡Oh Dios mío! ¡Cuántas afrentas recibes cada día de tus mismos cristianos…! Como Herodes te visten con la túnica de los locos, para pasearte por el mundo, como si fueras un ignorante y un fatuo.
    ¡Pobre Jesús! ¡Qué de afrentas sufriste delante de Herodes… y cuántas más estás sufriendo recibidas en tu propia casa, en tu Iglesia, en medio de tus mismos hijos, los católicos…!
    ¡Oh Señor de los Afligidos! en tu rostro apenado, descubierto yo la angustia de tu humillado corazón. Y tú misma, alma mía, has contribuido a aumentar esos tormentos de Jesús cuando no has querido seguir sus santísimos consejos… no someter tu razón a la moral purísima enseñada por tu amante Redentor… ¡Perdón, Jesús mío!, no me niegues tu voz como a Herodes: háblame, que mi alma escucha, y quiere siempre obedecerte.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Triste y pavoroso es para una familia ver al jefe de ella próximo a la muerte. Una esposa y unos hijos que quedan en este mundo sin amparo, expuestos siempre a las mil vicisitudes y cambios de la vida… Tal era el estado de un hogar cristiano, donde el esposo y padre se veía a las puertas de la eternidad, consumido por la fiebre, complicada con terrible pulmonía.
    La hora última se acercaba por momentos; se habían agotado todos los medios para salvar al enfermo; pero inútil; no había esperanza en lo humano. Y llena de angustia la familia se dirige al cielo con fervorosas plegarias, pidiendo la salud del amado paciente. Suplican al Señor de los Afligidos que se apiade de ellos en tan grande angustia, y no permita que queden una esposa y unos hijos sin apoyo en este mundo. El enfermo lleno igualmente de ardiente y viva fe, se encomienda al compasivo Jesús y luego la fiebre comienza a ceder, y a desaparecer la pulmonía, quedando fuera de todo peligro.
    En poco tiempo, todo cambia en aquel hogar volvió la alegría, y juntos fueron a darle gracias al Señor de los Afligidos.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 4º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA FLAGELACIÓN
    Consideración.
    “Tomó entonces Pilatos a Jesús y mandó azotarle” (Jn. 19,1).
    Entra alma mía, en el Pretorio de Pilatos, para asistir a una de las escenas más terribles y sangrientas que refieren las historias de los pueblos. Los ejecutores de tan bárbaro suplicio son: un gobernador pagano que ordena la flagelación, como unos sesenta soldados robustos y sin conciencia que lo ejecutan, y una víctima inocente se ofrece voluntariamente, y no abre su boca para quejarse.
    ¿Conoces a esa Víctima? Es tu Jesús, el Señor de los Afligidos. Mírale en medio de aquella soldadesca libertina y soez… le despojan ignominiosamente de sus vestidos, le atan las manos a una columna, y armándose de duros y nudosos látigos, dan principio a tan espantoso tormento.
    El chasquido de las cuerdas, el ruido de los golpes y el salpicar de la sangre que salta y riega el suelo, semeja una verdadera tempestad. Los brutales sayones no respetan nada a la sufrida víctima, golpean sus espaldas fuertemente y levantan pedazos de carne; hieren con furor su inocentísima cabeza; desgarran su rostro celestial y forman en sus brazos y piernas como arroyos de sangre; y todo el cuerpo de nuestro amante Redentor, queda tan atrozmente destrozado, que se le pueden contar todos sus huesos…
    Aquellos soldados viles sienten verdadera satisfacción en contribuir al suplicio del reo, y por lo mismo se suceden unos a otros, y descargan en la indefensa víctima más de cinco mil azotes, según una revelación, hasta que fatigados sus brazos, y viendo el suelo convertido en un charco de sangre, y a Jesús casi muerto, cesaron su castigo cruel.
    ¡Oh corazón mío! ¿Cómo no desfalleces de dolor al contemplar este atroz suplicio de tu buen Jesús? ¡Ángeles de la gloria! ¿Dónde estáis? ¿Por qué no venís al Pretorio, y quitando las cuerdas que atan las manos de vuestro Rey, sujetáis con ellas a los bárbaros verdugos, que tan cruelmente le martirizan?
    ¡Oh Virgen Purísima y madre de la inocente víctima! ¿Dónde estás, que no corres presurosa a detener los golpes de los soldados, y a cubrir con tu manto maternal el cuerpo despedazado de tu Hijo del alma? ¡Oh Padre Eterno! ¿Por qué permites esa carnicería en el cuerpo inmaculado de tu Unigénito? ¡Oh soldados cruelísimos! ¿Por qué tratáis tan despiadadamente a Jesús? ¿No veis que es inocente, un santo, el Hijo de Dios? ¿Qué os ha hecho, miserables? ¡Jesús, amable! ¿Por qué consientes que así te traten? ¿No puedes con una sola de tus miradas confundir a esos miserables, y hacerles caer en el suelo sin sentido?
    Pero… ya entiendo… Quisiste someterte a ese castigo propio de los esclavos, y sufrir tan horrorosamente en tu cuerpo purísimo para expiar los infinitos pecados de impureza de los hombres… No fueron, no, los soldados los que así pusieron tu cuerpo, fueron y son las deshonestidades de la humanidad.
    La flagelación no ha terminado para Ti ¡Redentor amorosísimo! Yo veo a los cristianos lanzarse locos y sin freno en el lodazal inmundo de la impureza… la deshonestidad es su alimento y bebida; en ella se bañan todos los días: en eso piensan… para eso viven: sus corazones y sus cuerpos son como una mesa de vil materia putrefacta y asquerosa.
    Ellos y ellas no viven más que para el placer y el regalo… mientras que Tú sigues padeciendo martirios de muerte. Cada pecado de impureza es como un látigo con que te flagelan los pecadores deshonestos… y los verdugos de hoy no son sesenta, son muchos miles y millones… por eso no me extraña verte tan apenado en esta tu triste Imagen.
    ¡Oh cristianos, tan queridos de Jesús! No sigáis atormentado a vuestro Dios con pecados impuros. Contemplad al Señor de los Afligidos… ved cómo habéis puesto su inocente cuerpo… y dejad el vicio…. Sed honestos y puros. No ofendáis más a vuestro Padre. No hagáis el oficio de verdugos con vuestro tierno Redentor. ¿Qué os ha hecho para que así le maltratéis?
    Y tú, alma mía; ¿No tienes parte también en ese suplicio de Jesús? ¿No te dejas también arrastrar de la sensualidad y de pecados que avergüenzan? O por lo menos ¿No eres negligente en la guarda de tus sentidos y de tu cuerpo? ¿No eres libre en tus actos… en tus vestidos y adornos? ¿No expones tu corazón y tu cuerpo al peligro de pecar? Con tus inmodestias y libertades en el vestir… con tu poco recato en las palabras y miradas, has desgarrado el cuerpo de Jesús. ¡No más pecados! ¡No más libertades!
    ¡Señor de los Afligidos! Te compadezco… y lloro contigo el martirio que sufriste en tu cuerpo virginal, pero lloro mucho más los pecados impuros de las almas que fueron y son la causa de tu suplicio. Jesús mío, quiero consolarte, te doy gracias porque quisiste satisfacer tan generosamente por nuestros pecados… y en lo sucesivo no quiero hacerte sufrir más. Deseo conservar puro y casto mi cuerpo… y guardar mi corazón de toda impureza.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Un pobre padre de familia por más pasos que dio, no pudo conseguir trabajo de ninguna clase.
    Como es de suponer, la pena en aquella casa era muy grande; pues tenían que pasar por muchísimas privaciones.
    El padre se entristecía al ver a su esposa y a sus hijos sin lo necesario para la vida; y los hijos sentían verdadera aflicción al ver lo que sufría su buen padre.
    Viendo que en la tierra no hallaban amparo, llamaron a las puertas de la amable Providencia.
    Una hija de la familia, muy devota del Señor de los Afligidos, corrió llena de esperanza ante su bendita Imagen, y allí a sus pies, le expuso la situación crítica porque atravesaba en su casa, pidiendo a Jesús con toda sencillez, que diera trabajo a su pobre padre.
    Jesús, que no sabe desoír las súplicas de los cristianos, y mucho menos las que un hijo bueno hace por sus padres, a quienes ama, concedió lo que se le pedía. Aquel padre halló colocación, y su familia toda, muy agradecida al Señor de los Afligidos, celebró con júbilo indecible el favor recibido.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 5º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LAS ESPINAS
    Consideración.
    “Y los soldados formaron una corona de espinas entretejidas y se la pusieron en la cabeza” (Jn. 11)
    No satisfechos los soldados con el suplicio atroz por el que habían hecho pasar al pacientísimo Jesús, determinaron añadir nuevos y muy refinados géneros de martirio. Cogiendo nuevamente a Jesús, le llevaron a un lado del Pretorio y juntándose en derredor toda la guardia del gobernador romano, instigados por los judíos, y corrompidos por su dinero como escribe S. Juan Crisóstomo, hicieron sufrir a su pobre víctima nuevos indecibles tormentos.
    Despojándole de sus propios vestidos le echan sobre los hombros, a manera de manto real, un rojo y viejo trapo de deshilada púrpura…. Luego colocan en sus manos, a manera de cetro, una débil caña, y formando de un manojo de punzantes espinas, una especie de corona, se la ponen en la cabeza como a Rey. Y como no entra bien, hacen mucha fuerza sobre ella, hundiendo las espinas hasta perforar su dolorido cerebro.
    Considera, alma mía, este nuevo tormento de la coronación: fue ciertamente uno de los que más duramente afligieron al mismo Redentor; pues como escribió el piadoso autor Lanspergio, y lo trae mi Padre S. Alfonso en su libro sobre la Pasión, Cap. IX, las espinas atravesaron por todas partes la sagrada cabeza del Salvador, parte sensible al dolor por todo extremo, porque de la cabeza se extienden por el cuerpo los nervios, y a ella van a parar todas las sensaciones… además fue un tormento prolongadísimo, pues que llevó clavadas las espinas en la cabeza hasta su muerte; de modo que cada vez que le tocaban las espinas, se le renovaba todo el dolor. La sangre corre en tanta abundancia de las llagas abiertas por las espinas, que como fue revelado a Sta. Brígida, el rostro, los cabellos, los ojos y la barba de Jesús estaban bañados en sangre… y aquel rostro, en expresión de S. Buenaventura, ya no parecía el del Señor sino el de un hombre desollado.
    ¿Por qué, Jesús amantísimo, habéis querido padecer tan atroces martirios en vuestra santísima cabeza? ¡Ah! Sin duda para satisfacer a Dios por tantos pecados como los hombres cometen con sus malos pensamientos. ¿No es en efecto la cabeza, el asiento de tantísimos pensamientos como agitan a los mortales? Si esos pensamientos son buenos y puros, hacen del hombre un ángel, y lo levantan hasta el corazón mismo de Dios; mas si por el contrario son malos y sucios, convierten al hombre en demonio, y lo rebajan al estado de los más viles e inhumanos criminales.
    Esto es precisamente lo que ha pasado en el mundo. Los hombres por no sofocar luego en su cabeza los pensamientos depravados, que a cada momento se levantan como negras tempestades, se han entregado y entregan a toda clase de excesos y liviandades.
    ¿Cuál es el origen de tantas impurezas y deshonestidades, de tantas fornicaciones y adulterios? ¿De tantos inauditos pecados que llenan de horror y de vergüenza a la misma naturaleza? Los pensamientos consentidos y llevados a la práctica… ¿De dónde salen esas aguas negras y pestilentes, que formando ríos de repugnante cieno de inmoralidad, corren por la sociedad entera, arrastrando incontable número de almas? De la cabeza, donde brotan los malos pensamientos, que bajando luego al corazón lo corrompen y arruinan.
    Pues todos esos malísimos y sucios pensamientos, son los que en realidad atormentaron y atormentan la cabeza de nuestro benditísimo Redentor. Así lo afirma S. Agustín cuando escribe: ¿A qué acusar a las espinas, si fueron meros instrumentos de la Pasión de Cristo? Nuestros pecados, y sobre todo nuestros malos pensamientos, fueron las crueles espinas que traspasaron la cabeza de nuestro adorable Salvador. Y en cierta ocasión dijo el Señor a Sta. Teresa: “Que no le tuviera lástima por aquellas heridas, sino por las muchas que ahora le daban” (Relación 3)
    ¿Lo oís, cristiano? Vuestros pensamientos malos y consentidos son las espinas que atormentan la cabeza del buen Jesús ¿Y todavía diréis que no tienen importancia? ¿Y os atreveréis a mirarlos como una nadería y a jugar con ellos como si fuera un granito de arena? ¿Y tendréis conciencia para decir al confesor, que no han sido más que pensamientos… que no habéis ejecutado aquello que pensasteis…? Fijad vuestros ojos en el Señor de los Afligidos… ved cómo está su cabeza… y decid, si tenéis valor, que los malos pensamientos no tienen importancia alguna.
    Pero no acuses a los demás, alma mía, entra en ti misma, y cuenta, si puedes, las espinas que durante tu vida has clavado en la frente purísima de tu amante Jesús ¡Cuántas veces sola o acompañada, en casa o por las calles, y hasta en el mismo templo… pero sobre todo en esas lecturas, reuniones, y espectáculos inmorales… has tenido malos pensamientos…! ¿Y qué has hecho con ellos? En vez de arrojarlos, llegan a ti como chispas que abrasan, te has recreado en ellos, los has admitido… siendo causa de que el corazón deseara cosas prohibidas.
    ¿No lo crees así? Mira al Señor de los Afligidos…
    Él lo sabe, los conoce muy bien, los está viendo y contando con su mirada escrutadora.
    Sí, Jesús mío, lo confieso humildemente soy culpable a tus divinos ojos, yo he atormentado tu cabeza con mis malos pensamientos. Perdóname, mi arrepentimiento sincero arrancará de tu frente las espinas punzantes que antes te clavé… Quiero desechar siempre los malos pensamientos: antes morir mil veces que volver a consentir en ellos.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Duros son los golpes que la enfermedad descarga sobre nuestro cuerpo; pero para una alma buena que suspira por la unión con su Dios, y desea verse libre de todas aquellas imágenes que pueden manchar su espíritu, son más duros todavía los golpes de la mala tentación.
    Tal sucedía con una joven a quien un feo pensamiento traía media trastornada. Durante varios días no la dejaba descansar un solo instante. De día y de noche y a todas horas el pensamiento la torturaba cruelmente, y su corazón creía desfallecer.
    La idea de que podría ofender a su Dios, era para ella un verdadero martirio. Acudía a todos los medios para apartar esa imaginación; pero el demonio luchaba fuertemente para ver de ganarla y hacerla consentir.
    En medio de esa reñida batalla con el inferno, la honesta joven se acordó del Señor de los Afligidos, y durante tres días fue a rezar ante la milagrosa imagen, apoyando su frente en el pie de Jesús. Y ¡Oh prodigio! El pensamiento desapareció como por encanto, y la paz y la alegría volvieron a reinar en aquella alma, que llena de gratitud, no se cansaba de celebrar las maravillas de su buen Jesús.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 6º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LAS BURLAS.
    Consideración.
    “Con la rodilla hincada en la tierra le escarnecían diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos. Y escupiéndole tomaban la caña y le herían en la cabeza” (Mt. 27,29)
    Ansía el soberbio más y más honores y honra. Así por el contrario nuestro amante Salvador suspira ardientemente por los desprecios y afrentas; y pareciéndole poco lo que ha sufrido en la flagelación y coronación de espinas, permite a los soldados que se burlen de Él, durante aquellas horas de mortal suplicio.
    ¿Quién podrá conocer todas las burlas y escarnios que a Jesús hicieron los soldados de Pilatos? Sólo el día del Juicio, ha escrito un autor, se sabrán los horrendos atropellos cometidos contra el Redentor, dentro del tenebroso e infernal pretorio.
    Siendo hombres groseros, llenos de vicios y sin entrañas… ¿Qué se podía esperar de ellos a favor de Jesús? Lo más natural era, que al verle tan bárbaramente maltratado se sintieran movidos a piedad, procurando aliviar un poco su tormento… pero no fue así.
    Al ver a nuestro buen Jesús vestido con aquel trapo, la corona de espinas sobre la cabeza, y la caña en las manos, le obligaron a sentarse sobre una dura piedra…; y haciendo de Él un rey de teatro, comenzaron a divertirse con su víctima.
    Con la rodilla hincada en la tierra, le escarnecían diciendo: “Dios te Salve, Rey de los Judíos”, y escupiéndole en el rostro tomaban la caña y le herían en la cabeza, y le daban de bofetadas.
    ¡Oh, qué martirio tan cruel estás padeciendo, amorosísimo Jesús! No hay en medio de esa escena, una sola alma amiga que te compadezca y llore contigo… Todos los que te rodean son corazones crueles, lobos rapaces que se ceban en tu rostro purísimo, monstruos del infierno, azuzados por el mismo demonio para hacerte sufrir infinitamente. Si en aquel momento, diré con mi Padre S. Alfonso, hubiera alguien pasado allí y se hubiera detenido a mirar a Cristo derramando sangre, cubierto con aquel andrajo de color púrpura, con aquel cetro en la mano, y con aquel género de corona en la cabeza, escarnecido y maltratado por aquella vil canalla, ¿No le hubieran tomado por el hombre más criminal y despreciable del mundo? (Med. Sobre la Pas. C. IX). Y sin embargo el que así padece es el Dios Santo, el Hijo de la Virgen. ¡Oh corazón mío! ¿No te partes de dolor al ver lo que está pasando a tu Padre y Redentor? ¿No ves como aquellos miserables después de haberle convertido en un juguete de irrisión, llenan su purísimo rostro de inmundas y asquerosas salivas, le dan millares de bofetadas, golpean brutalmente la corona, hundiéndole más las espinas, renovando nuevamente su martirio, y luego lanzando soeces carcajadas le llamaban a coro, Rey de los Judíos? ¿Qué dices de todo esto, corazón mío? ¿Qué sientes a la vista de tu Jesús ultrajado? ¡Ay! No puedo hablar… las lágrimas acuden a mis ojos y la amargura invade mi ser… ¡Pobre Jesús mío! La vista de tu Imagen me recuerda lo que pasaste en el Pretorio… y mi alma desfallece de dolor.
    ¿Qué clase de tormento es ese que estás sufriendo? Pero oigo que me dices con suspiros de angustia: “Son las almas mundanas y corrompidas las que así continúan jugándome; y como los soldados del pretorio, se burlan a diario de mí, que soy su Dios”.
    También hoy como entonces, me han tomado como a Rey de Teatro… con sus modas indecentes y criminales, echan sobre mis hombros un trapo viejo y humillante de irrisión; con sus pensamientos impuros y deshonestos tejen horrorosa corona de espinas que ciñen a mis sienes veneradas; cubren mis ojos con sus miradas lascivas y de fango, y colocando en mis manos la caña del desprecio, me pasean por las calles y plazas; me llevan a los centros del vicio y del placer. Y en todas partes se burlan vilmente de mí, me arrojan al rostro los salivazos de sus liviandades y atrevimientos de sus pecados, pensados, consentidos y muchas veces ejecutados… y mientras se revuelcan en el lodazal inmundo del más refinado sensualismo, me abofetean, me ridiculizan, y coreando a los miserables verdugos del Pretorio, exclaman: “¡Dios te salve, Rey de los Judíos!”
    Piensan los insensatos que no veo de dónde vienen los golpes…. Sí que lo sé, conozco sus nombres… y ¡ay! de esas almas cuando llegue el día del mi tremenda justicia… Cada cine y teatro, cada espectáculo y centro de inmoralidad, es para mí un nuevo Pretorio…. Pero ya llegará la hora de tomar venganza… ¡y desventuradas las almas que caigan bajo el peso de mi terrible indignación…!
    Yo comprendo ahora, Señor de los Afligidos, porqué tu rostro está tan triste y apenado. El mundo actual se halla convertido en centro de maldad, las almas en su inmensa mayoría, no viven más que para los sentidos, para los espectáculos inmorales… convirtiéndote a Ti, Jesús bueno, en triste Rey de eternas burlas…
    También yo hasta hoy he formado parte de tus verdugos; pero yo estoy arrepentido y quiero mudar de vida. No quiero hacerte Rey de burlas… sino Rey muy amado de mi corazón. Me arrepiento de todos mis pecados… perdónamelos, Jesús querido y ayúdame a serte fiel.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    El hogar cristiano, bendecido por Dios y santificado por la Iglesia, es como un Paraíso en la tierra, donde la gracia y felicidad del cielo caen a manera de misteriosa lluvia, que todo lo fertiliza y hermosea. Los esposos unidos por los lazos benditos del Sacramento, y los hijos vivificados por las palabras y ejemplos de los padres, forman un conjunto tan admirable y sublime, que muy bien se puede repetir sobre ellos las palabras que Dios ponía como rúbrica a todas las obras de la Creación: Y vio Dios que lo hecho era bueno. (Gen, 1)
    Pero no obstante la virtud, la paz, el amor y la felicidad de esos cristianos hogares, hay horas en que el cielo se oscurece, se enturbia la dicha y una tempestad de amargura amenaza a todos los miembros de la familia. Eso pasaba con una casa cristiana, en la que un asunto de familia, muy difícil de arreglarse, vino a cortar la felicidad y a secar la dulce y santa alegría que allí reinaba. Se acudió a las personas e influencias, se probaron todos los medios; pero no se veía solución alguna, y en cambio la familia iba cayendo en una tristeza y en un terrible abatimiento.
    En tal angustia e incertidumbre, se acordaron de que solamente Dios podía remediar sus males y solucionar el asunto. Y así fue que se le encomendaron al Señor de los Afligidos, a quien tenían mucha devoción. Jesús que no sólo atiende a las necesidades del alma y del cuerpo, sino también las necesidades materiales, tuvo compasión de ese hogar cristiano… arregló el asunto favorablemente y devolvió a toda la familia la felicidad perdida.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 7º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    EL ECCE HOMO.
    Consideración.
    “Ved aquí al hombre”. (Jn. 19,4)
    Era la mañana del viernes, y el sol cruzaba los espacios envolviendo con su luz montes y valles, cuando de todas partes de Jerusalén corrían como desaladas las gentes hacia la extensa plaza que se halla situada frente al palacio del gobernador romano.
    ¿Qué iba a suceder en aquel lugar? Pilatos iba a decidir la suerte del gran Profeta de Nazaret; y temiendo los fariseos que le dejara en libertad, después de haberle declarado inocente, convocaron a todos los Judíos para que reunidos frente al palacio del Presidente, pidieran a gritos la muerte de Jesús.
    En efecto, llegado que hubo el momento crítico, Pilatos se acercó a Jesús, a quien los soldados habían dejado medio muerto, y tomándole de la mano, le sacó al balcón de su palacio y mostrándolo a la inmensa muchedumbre que llenaba la plaza, dijo así: “Ved aquí al hombre”. ¿Qué teméis? Miradle como está desangrado… apenas si se le conoce, con dificultades vivirá algunas horas. Por complaceros le mandé azotar, pues yo lo reconozco inocente y sin culpa… pero ved cómo lo han dejado los soldados.
    Pensó el gobernador romano que a la vista de tanta sangre y sufrimientos, los judíos se moverían a compasión pero fue todo lo contrario.
    Por eso, cuando Pilatos les preguntó: “¿Qué queréis que haga con vuestro Rey?”. Todo el pueblo lleno de fervor, y azuzado por los sacerdotes y fariseos que iban de una parte a otra, respondió: Que sea crucificado, ¿A vuestro Rey he de crucificar? Replicó Pilatos; y el pueblo contestó: No tenemos otro Rey que el César, que sea crucificado.
    Entonces el Presidente Romano, que quería a todo trance salvar a Jesús, porque no hallaba en Él causa de muerte, acudió a un medio que le pareció infalible.
    Se acordó de un terrible criminal que estaba en la cárcel, ladrón, asesino, facineroso, el terror de toda la comarca, y pensó que proponiendo la libertad de Jesús o Barrabás, todos naturalmente pedirían la muerte del segundo, y la libertad de Jesús. Pero se equivocó. Cuando Pilatos preguntó a los Judíos: ¿A quién queréis que ponga en libertad, a Jesús o a Barrabás? Hubo en el pueblo una especie de estremecimiento y vacilación… más instigado por sus jefes, prorrumpió en un grito ensordecedor: “a Barrabás; queremos a Barrabás, y Jesús que sea crucificado”.
    Y el débil e inicuo Presidente lavándose las manos, como si eso le librara del horrendo crimen que cometía, condenó a Jesús a muerte de cruz.
    ¡Oh qué cuadro tan emocionante y desgarrador…! ¿Qué sentiste entonces, Jesús mío del alma? Propuesto, ¡Condenado a muerte ignominiosa de cruz, por un hombre pagano! Y oyendo la gritería infernal de todo un pueblo que pedía tu crucifixión… ¿No era ese mismo pueblo el que pocos días antes te había recibido con ramos y palmas, y entre vítores y cantos de júbilo, cuando decían: Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en el nombre del Señor”? ¿Por qué ahora piden la libertad de Barrabás, y desean para Ti la ignominia del Calvario? Muchos de los que ahora piden tu muerte ¿No son de aquellos que milagrosamente alimentas en el desierto… de aquellos que curaste amorosamente de sus enfermedades y que te seguían a todas partes celebrando tus obras portentosas… y bendiciendo a Dios por tan estupendas maravillas…? ¿Cómo piden hoy para Ti un suplicio, propio de los más grandes malhechores? ¡Oh dulce Redentor mío! ¡Qué caro te cuesta el deseo de salvar nuestras pobrecitas almas!
    ¿No hacen hoy también eso mismo los cristianos? Cada vez que el demonio les propone un placer, una vil satisfacción, una diversión inmoral, renuncian a tu amor, a tu persona, para abrazarse con el pecado, y gritar como los judíos: No queremos a Jesús, queremos la satisfacción grosera de los sentidos; muera Jesús en nuestros corazones, y entren en ellos el vicio y el pecado…
    Quizás por la mañana le reciben con palmas y aclamaciones en Santa Comunión y poco después en cines y teatros, en bailes y otros espectáculos deshonestos, lo condenan a muerte cruelísima en el triste calvario de sus negros corazones. Quizás en el templo, con cierta modestia aparente y fingida en sus vestidos y ademanes… dicen a Jesús que le quieren mucho, que le aman con pasión; y luego, fuera del lugar santo, se entregan a una moda provocativa e indecente, pidiendo con esa conducta pagana la muerte de su Salvador.
    ¡Oh Señor de los Afligidos! esa es la historia real de las almas, esa es la conducta que observan contigo los que se llaman tus cristianos. Delante de tu Imagen rezan, prometen muchas cosas, parece que te tienen lástima, y a las pocas horas ya te traicionan y condenan a muerte, haciéndote sufrir suplicios atroces.
    ¡Alma mía! ¿No has hecho tú eso mismo con Jesús? ¿No has preferido el pecado al amor de Jesús? ¿No has entregado tu corazón y tu cuerpo a las vanidades del mundo… proporcionando con tu mala conducta dolores acerbísimos a tu amante Redentor?
    Sí, Señor de los Afligidos… confieso mis culpas y las detesto. No quiero ofenderte más en adelante. Quiero contemplar tu Imagen con cariño y llevarla grabada en mi débil corazón, para amarte toda la vida.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Siempre se ha mirado la cárcel con espanto, y como lugar de castigo y de ignominia para los que allí son recluidos por orden de la autoridad.
    Es cierto que muchas veces, aun los inocentes tienen que ir a parar en ella; pero aunque inocentes, siempre consideran como una deshonra estar, siquiera no sea más que unas horas, en los calabozos de la prisión. Sólo cuando se trata de defender su Santa Religión es una gloria verse encarcelado por Dios…
    ¿Qué sentiría una pobre esposa cuando supo que a su marido le habían encerrado en la cárcel por delitos que jamás él había cometido? Con el corazón partido de dolor y llevando en su rostro el sello de la vergüenza, no obstante la inocencia del preso, fue a encomendar el asunto al Señor de los Afligidos, pensando como cristiana que Nuestro Señor le había de atender seguramente.
    Y así fue; Jesús que no quiso librarse de los cordeles que sujetaron sus manos, ni del Pretorio, ni de la muerte de cruz…quiso consolar a una esposa afligida, dejando libre de la prisión a su inocente esposo.
    Tan fervorosa y llena de confianza hubo de ser la oración de la suplicante, que a los pocos días salió su esposo de la cárcel, después de haberse comprobado su inocencia.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 8º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA CALLE DE LA AMARGURA.
    Consideración.
    “Y llevando Él mismo a cuestas su cruz, fue andando hacia el lugar llamado Calvario”. (Jn. 19,17)
    Luego que los judíos oyeron la sentencia definitiva de Pilatos, condenando a Jesús a ser crucificado, le cogieron por la fuerza; pusieron sobre sus hombros una pesadísima cruz y colocándole en medio de dos malhechores salieron del Pretorio en dirección al Monte Calvario.
    Aquí debes considerar, alma mía, lo que sentiría Jesús al recorrer esas calles de la ciudad, y al ver los atropellos espantosos que contra su Divina Persona cometieron durante todo ese penosísimo trayecto. Se acordaría del Domingo de Ramos, cuando recorría esas mismas calles en medio del júbilo y los cánticos de bendición de ese mismo pueblo y que ahora lo acompaña con maldiciones y blasfemias…
    Repasaría en su pensamiento aquellas horas deliciosas en que se dirigía al templo de Jerusalén para asistir a las ceremonias de la ley, y tributar culto de adoración a su Eterno Padre… y al ver el cambio que acaba de obrarse en los habitantes…experimentaría verdaderas angustias de muerte…
    Todos los que ahora le rodean son enemigos…; los soldados y verdugos que le llevan custodiado como el más temible y vil facineroso; los príncipes de los sacerdotes y fariseos que le miran con desprecio y se burlan de sus tormentos y humillaciones; el pueblo todo que grita desaforado insultando al gran Profeta, y pidiendo que pronto sea levantado en la cruz. ¿Qué puede esperarse de ellos en este triste recorrido por la calle de la amargura?
    Verdaderamente, alma mía, fueron amargas para Jesús las horas que transcurrieron desde su salida del Pretorio hasta su llegada al Monte Calvario.
    Mírale medio desfallecido…; es tanta la sangre que ha derramado en la flagelación y tantas las heridas que cubren su cuerpo que sólo por un milagro de su omnipotencia, se mantiene en pie.
    Contempla con devoción el triste espectáculo que ofrece a tu vista el amante Redentor… coronado de punzantes espinas, con los vestidos empapados en su propia sangre, con el rostro cubierto de salivas y polvo, con un pesado madero sobre los hombros, cayendo muchas veces porque le faltan las fuerzas.
    Los verdugos, lejos de compadecerle, le insultan, le golpean, y tirando de la soga con que le llevan atado, le hacen levantar a fuerza de palos y empellones.
    En medio del camino, sus ojos, cubiertos por la sangre que corre de la frente, ven con dolor a su bendita Madre del alma; quiere abrazarla, pero los verdugos se lo impiden, y ese encuentro con la Virgen pura lejos de ser un alivio para su corazón de Hijo, fue una espada terrible que destrozó su alma atribulada.
    En su derredor no oyó más que gritos de rabia, imprecaciones, insultos y amenazas…y sus ojos sólo ven caras enemigas y manos que se levantan airadas contra Él. Así fue llegando medio muerto a la cumbre del pavoroso Gólgota…
    Y ¿Por qué, amante Salvador mío, quieres sufrir tan atroces suplicios? “Por tu amor, para salvarme”. ¡Gracias, Jesús de mi vida…! Yo hubiera querido acompañarte en aquel camino al Calvario, para alegrar y suavizar tus penas, y ayudarte a llevar la Cruz. ¿Sí?, pues todavía estás a tiempo, alma querida, porque has de saber que aún no ha terminado mi calle de la amargura. Los cristianos de hoy me hacen recorrer un camino muy difícil y lleno de tormento. Los pecados de indiferencia, de desprecio y desobediencia a mis santos mandamientos; las inmodestias e inmoralidades… las profanaciones y blasfemias, las persecuciones y odios con que se ataca a mi Iglesia y a mis sacerdotes, son para mi corazón más pesados que la cruz que llevé sobre mis hombros llagados… ya llevo veinte siglos recorriendo esta calle de amargura, sin un alivio, sin un consuelo, siempre maltratado por mis eternos enemigos, pero como en estos tiempos, nunca.
    Y lo que más me parte de pena el corazón, es, que los que hoy me arrastran y me desprecian, y me hacen más doloroso mi camino, son mis propios hijos, mis cristianos.
    ¿No ves cómo en estos días de aflicción y de angustias para mí, en que voy regando las calles con mi sangre y con mis lágrimas… ellos, los hijos de mi corazón, gozan, se entregan a toda suerte de pasatiempos, sin importarles nada la persecución contra la Iglesia, los insultos y blasfemias contra Dios?
    Es cierto, Señor de los Afligidos, desde esa tu angustiosa Imagen, me estás diciendo el martirio que padece tu bendita alma: buscas consuelo en tus hijos, y estos se hacen sordos a tus gemidos.
    Perdóname, Jesús bueno, si hasta el presente yo también fui causa de tus grandes sufrimientos. Desde ahora prometo cambiar de vida. Deseo acompañar a mi Redentor en su camino de dolor.
    Quiero vivir siempre a tu lado, mezclando mis penas con las tuyas; llorando contigo los extravíos de los malos cristianos… y purificando mi conciencia de los muchos pecados que sin duda entristecen tu corazón sagrado: Jesús mío, te amo…
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Una pobre madre veía llena de angustia y de dolor, que su hijo se moría por momentos, atacado de gravísima y violenta congestión, y sin hallar alivio en los remedios que se le aplicaron, tuvo que resignarse a verle morir. Pero el amor de una madre no se resigna tan fácilmente a perder un ser tan querido.
    Por eso, viendo que el caso era de suma gravedad, y que en unos pocos instantes podía quedar privada de la vista y el amparo de su hijo, acudió a la oración, que es el imán más fuerte y poderoso para atraer hacia nuestras miserias, al corazón compasivo de Jesús. Puede ser que esa madre se acordara de cuanto Jesucristo, conmovido a la vista de las lágrimas de la viuda de Naím, le devolvió a su hijo que llevaban a enterrar, y debió sacar esta conclusión: si para consolar a una triste madre, hizo el milagro estupendo de resucitar al cadáver de su hijo… ¿No hará también hoy otro prodigio devolviendo la salud a mi hijo agonizante? Y llena de cristina fe, corre a las plantas del Señor de los Afligidos, le cuenta las angustias y deseos de su alma, y se retira en la seguridad de que ha sido favorablemente escuchada. En efecto; el hijo cambió en su momento; comenzó una tan franca y rápida mejoría, que en muy poco tiempo quedó perfectamente bien.
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.
    Día 9º.
    Por la señal…
    Oración preparatoria para todos los días.
    Señor mío Jesucristo…
    LA CRUZ.
    Consideración.
    “Taladraron mis manos y mis pies y contaron todos mis huesos”. (Salm. 21,17)
    Cuando llegaron a la cumbre del monte Calvario, despojan a Jesús de sus vestidos, le tienden sobre el madero de la cruz y clavando en él sus pies y manos lo levantan en alto a vista de todo el pueblo, que allí se había congregado para presenciar el martirio cruelísimo del gran Profeta de Nazaret. Medita tiernamente y compadece, al alma mía, a tu Jesús, que pendiente de tres gruesos clavos sufre los horrores de la crucifixión.
    Pero más que en sus dolores físicos, te vas a fijar en lo que sufrió su alma benditísima durante aquellas tres horas de agonía. Más que los tormentos del cuerpo, le martirizaba la negra ingratitud de las almas, que había venido a librar de la muerte, del pecado y del infierno.
    Los ojos del buen Jesús aunque cubiertos de sangre, debieron abrirse para mirar la tierra sembrada de misericordias divinas. Desde lo alto de la cruz, nuestro amorosísimo Redentor, vería la casita de Nazaret donde por primera se presentó al mundo en el seno virginal de su augusta Madre; la ciudad de Belén donde quiso nacer pobremente en desmantelada gruta, el templo de Jerusalén donde se ofreció como Hostia al Eterno Padre; el taller donde trabajó hasta los 30 años; las campanitas y aldeas de Judea, Galilea y Samaria donde predicó su divino Evangelio; el lago del Genesaret donde obró los milagros estupendos; el desierto con la multiplicación de los panes; los campos y pueblos, testigos de innumerables curaciones; los enfermos sanados por la virtud de su mano omnipotente; el cenáculo donde realizó la maravilla estupenda de la Eucaristía; el Huerto de los Olivos con sus notas de tristeza; la ciudad de Jerusalén con su templo magnífico, con sus palacios suntuosos y anchurosas calles: en fin, vería todo el camino recorrido desde su entrada en el mundo hasta su muerte, sembrado de gracias, de misericordias y de prodigios a favor de la humanidad…; y ese conjunto de recuerdos debió de proporcionar a su delicado espíritu angustias infinitas de amargura.
    ¿Qué había conseguido con su vida de sacrificios? Desprecios, insultos. ¿Qué le había dado las almas como recompensa de tantos trabajos? Persecuciones, blasfemias, bofetadas, espinas, clavos, cruz.
    ¿Dónde estaban sus Apóstoles, sus amigos y admiradores? Le habían abandonado. ¿Dónde estaban los enfermos curados, las muchedumbres que le siguieran entusiasmadas por las campiñas y aldeas? ¿Dónde los habitantes de Jerusalén que le recibieran en triunfo el Domingo de Ramos? Se habían cambiado en enemigos despiadados, que gritan contra Él, y le insultan aún después de crucificado.
    ¿Quién podría comprender la aflicción espantosa del corazón de Nuestro Salvador durante las tres horas de agonía? ¡Oh, Jerusalén ingrata…! ¿Así pagas a tu Jesús su vida sacrificada por tu bien?… Pero no sólo lo que entonces hacían con Él los hombres, era lo que traspasaba de tristeza su alma, sino también la ingratitud que en el correr de los tiempos, había de recibir de la mayor parte de los cristianos.
    Su mirada de Dios penetró a través de los siglos, en todos los pueblos de la tierra y vio aterrado las profanaciones, las burlas, los desprecios, las indiferencias, los pecados y libertades de tantísimos cristianos… después de dejarles como prenda de amor su Iglesia, sus Sacramentos y Sacerdotes, y a su Madre Santísima… y toda esa negra ingratitud fue más que los clavos y las espinas, la que acabó con su vida preciosísima en el árbol de la cruz. Siendo como es Jesús tan tierno y agradecido, cómo no ha de sentir la ingratitud de los cristianos, de su pueblo predilecto.
    ¡Oh, Señor de los Afligidos! con tu actitud triste y meditabunda paréceme que desde esa bendita Imagen estás contando por un lado los beneficios que has hecho y haces a las almas; y por otra parte las ingratitudes que a cada instante recibes de tus hijos… ¡Qué triste ha de ser para Ti, Jesús amorosísimo, el estado de la actual sociedad! El mundo en su inmensa mayoría, es enemigo tuyo: los cristianos en vez de mostrarse reconocidos y obsequiosos por las grandes e infinitas misericordias que les haces… te desprecian, te miran con indiferencia, pisotean tu voluntad, quebrantan tu Santa Ley, y te crucifican a cada momento con sus enormes y numerosos pecados.
    ¡Oh, almas ingratas! ¡Qué mal pagáis a vuestro Dios el amor que os ha tenido…! Fijad vuestros ojos, siquiera por unos instantes, en el Señor de los Afligidos, y ved su infinito dolor… y sabed que se lo causa vuestra increíble ingratitud. No le ofendáis más, que bastante sufrió en el monte Calvario. No le crucifiquéis de nuevo.
    Al menos tú, alma mía, no seas ingrata con tu Jesús. Cuenta, si puedes, los beneficios que te han hecho, y págaselos con gratitud y amor. Sí, Jesús de mi vida, yo te quiero amar; y sí he sido muy ingrato contigo y me arrepiento, y lloro mi maldad.
    Desde ahora quiero desagraviarte por tantos ingratos, y consumir mi vida toda en servirte con fidelidad, y amarte con todas mis fuerzas. Esa tu bendita Imagen, la llevaré grabada en mi corazón, y la tendré siempre ante mis ojos, para amarte siempre, siempre.
    Tuyo en la vida, tuyo en la muerte, por toda la eternidad.
    Virgen del Perpetuo Socorro, Madre de mi corazón, guárdame siempre en tus brazos junto a mi hermano Jesús.
    Medítese unos instantes y pídase la gracia que se desee conseguir en esta Novena. Se rezan tres Padres Nuestros, Ave María y Gloria.
    EJEMPLO
    Bien sabe todo el mundo lo que es y siente el corazón de una madre. La misma naturaleza ha depositado en las madres una cantidad tan grande de amor hacia sus hijos, que por muchos que éstos sean, no disminuye en nada su intensidad: es como la luz del sol que todo lo vivifica con sus rayos bienhechores.
    Pero es cierto también, que cuando uno de sus hijos vive ausente, el corazón maternal vuela al lado de ese ser querido, en él piensa, por él suspira, y si sucede que pasa mucho tiempo sin tener noticias de su vida… entonces la pobre madre pierde el sueño y el apetito, mientras su alma se parte de angustia.
    Esta era la situación de una pobre madre, cuyo hijo se hallaba ausente desde hacía varios años, y sin tener noticia alguna de él.
    Unas veces pensaba si estaría enfermo, o si se habría muerto, y lo que era más triste, si se habría extraviado y enredado en una mala amistad, y otros pensamientos que le causaban un martirio cruel. En tan tremendas angustias, la cristiana madre se encomendó al Señor de los Afligidos, haciéndole varias promesas si recibía noticias de su hijo del alma.
    No pasaron muchos días, sin que Jesús cumpliera los deseos muy legítimos de esa piadosa cristiana; pues recibió carta de su hijo, dando noticias muy consoladoras, que llenaron de júbilo indecible el corazón de la buena y vigilante madre…
    Corona de compasión y Oración final para todos los días.

  • Mita dice:

    Ruego por que los deseos de silvia se cumplan
    y ofrezco esta oración desde mi corazón
    para que su petición sea escuchada.

    Amén.

  • Mita dice:

    Ruego por que los deseos de silvia se cumplan
    y ofrezco esta oración desde mi corazón
    para que su petición sea escuchada.

    Amén.

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