Es una oración que agrada mucho a Dios. La primera versión es la que enseñó el
Ángel a los Pastorcillos de Fátima. Las otras dos son otras formas, también conocidas,
de hacer este acto. La tercera es especialmente indicada para decirla en la Elevación de
la Misa.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en
reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido.
Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de
María, os pido la conversión de los pecadores. Padre Santo, por el Corazón Inmaculado de
María, os ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado, y me ofrezco a mí mismo, en El, por El y
con El, a todas sus intenciones, y en nombre de todas las criaturas.
Padre Santo, por medio del Corazón Doloroso de María, os ofrezco mi alma en el altar,
junto con la de vuestro Hijo muy amado, pidiéndoos que, junto a la mía, veáis a todas las almas
que habitan la tierra, y que, por el sacrificio de vuestro Hijo, tengáis compasión de los hombres.
¡Misericordia, oh Padre! ¡No se agote vuestra paciencia y, por el amor de las almas que
os aman, sostened vuestra ira!
Esta Ofrenda es una manifestación de la devoción al Amor Misericordioso, un tema de
la espiritualidad de nuestro tiempo. El Papa Juan Pablo II ha dicho:
“Desde el comienzo de mi ministerio en la sede de Pedro, considero este mensaje del
Amor Misericordioso como mi tema particular. La Providencia me lo ha asignado en la situación
contemporánea del hombre, de la Iglesia y del mundo.”
Algunas manifestaciones de esta devoción son: la fiesta de la Misericordia (el domingo
después de Pascua de Resurrección), la novena, el cuadro de Jesús Misericordioso, el Rosario
de la Misericordia y la hora de la misericordia.