Divino Paráclito que procedes del Padre y del Hijo, por tu fecunda llama ven a hacer elocuente nuestra lengua y a abrasar nuestro corazón en tu fuego.
Amor del Padre y del Hijo, igual a los dos y semejante en su esencia, Tú lo llenas todo, Tú das la vida a todo. En tu reposo guías los astros, Tú regulas los movimientos de los cielos.
Luz deslumbrante y querida, Tú disipas nuestras tinieblas interiores; a los que son puros, los haces aún más puros. Tú eres el que hace desaparecer el pecado y la herrumbre que lleva consigo.
Tú manifiestas la verdad, Tú muestras el camino de la paz y de la justicia; Tú escapas de los corazones perversos y colmas de los tesoros de tu ciencia a los que son rectos.
Si Tú enseñas, nada queda oscuro; si estás presente en el alma, no queda nada impuro; Tú le traes el gozo y la alegría. La conciencia que Tú purificas gusta de la dicha.
Socorro de los oprimidos, consuelo de los desgraciados, refugio de los pobres, concédenos despreciar las cosas terrenales y guía nuestros deseos hacia el amor de las cosas celestiales.
Tú consuelas y das firmeza a los corazones humildes; les habitas y les amas; expulsa todo mal, borra toda mancha y derrama tu consolación sobre nosotros y sobre el pueblo fiel.
Ven, Consolador. Gobierna nuestras lenguas, apacigua nuestros corazones, pues la hiél y el veneno no son compatibles con tu presencia: sin tu gracia no hay felicidad, salvación, serenidad, dulzura ni plenitud.