Señor, tú sabes mejor que yo que me estoy haciendo vieja y que un día, pronto, yo
estaré incluida entre los “ancianos”.
Guárdame del fatal hábito de creer que yo tengo algo que decir a propósito de todo y
en toda ocasión.
Líbrame del obsesivo deseo de poner en orden los asuntos de los demás.
Hazme reflexiva pero no malhumorada, servicial pero no arbitraria.
Me parece que es una lastima que no sean utilizados los valiosos recursos de mi
sapiencia. Pero tú sabes, Señor… que me agradaría conservar algunos amigos. Refréname
para que no me extienda en la mención de infinitos detalles.
Dame alas para alcanzar el final.
Sella mis labios acerca de mis achaques y dolores aunque ellos se incrementen cada
día y que me resulte mas dulce cada día el referirlos, a medida que pasan los años.
No me atrevo a pedirte tanto como que llegue a disfrutar oyendo recitar los achaques y
dolores de los otros pero ayúdame a soportarlo cuanto menos con paciencia. No me atrevo a
reclamar que me des mejor memoria, pero sí que me des una creciente humildad y menos
presunción cuando mi memoria se enfrente con la de los demás. Enséñame la gloriosa lección
de que puede suceder que algunas veces yo esté equivocada.
Guárdame Señor. Yo no tengo grandes deseos de santidad: ¡hay algunas santas
personas con las que resulta tan difícil convivir! Pero una persona vieja llena de amargura es
seguramente una de las invenciones supremas del diablo.
Hazme capaz de percibir lo que hay de bueno allí donde no esperaba encontrarlo, y de
reconocer talentos en gente en la que los otros no los habían visto y dame gracia para
decírselo así. Amén.